En los tres gobiernos anteriores al actual se vivió en el Perú un fenómeno relativamente extraño en el mundo, el del divorcio entre la economía y la política. Con el presidente Ollanta Humala, esa relación ha vuelto a ser lo que naturalmente ocurre, lo que nos permite pensar que inmediatamente luego de las elecciones debería darse un cambio importante en la tendencia económica del país. Veamos.
Haciendo un poco de historia económica y política se encuentra que la popularidad del presidente Alberto Fujimori fue muy alta pese a los grandes problemas que tuvo la economía en sus gobiernos.
Lo contrario pasó con Alejandro Toledo y Alan García II, períodos en que, pese al alto crecimiento del país entonces, la popularidad de estos mandatarios fue remarcablemente baja. Este comportamiento no se repite con el presidente Humala, cuyas tasas de popularidad coinciden casi exactamente con la manera en que se ha comportado el PBI. Su popularidad va de la mano con la caída del crecimiento.
Esto probablemente se deba a que en la actual administración, además del contexto negativo mundial, se han dado tres tipos de circunstancias que entorpecieron el crecimiento.
La primera consiste en diversas noticias y previsiones de problemas variados (desde la caída de la bolsa china hasta la llegada de un fenómeno de El Niño extrafuerte) que disminuyeron la propensión a invertir de los empresarios.
La segunda es el ruido político generado por la desconfianza creciente en el gobierno (escándalos por agendas y corrupción regional, entre otros) y la cercanía de unas elecciones con candidatos considerados poco inspiradores.
La tercera se debe a un sentimiento de inseguridad en la población, que, atizado por el juego electoral iniciado hace unos meses, fue creciendo de manera constante. Las expectativas económicas, políticas y sociales retroalimentándose unas con otras generaron una espiral negativa que se llevó la confianza de los ciudadanos en el gobierno. De nada le sirvió entonces a esta administración que, en comparación con nuestros vecinos y el resto del mundo, nuestra economía resistiese mejor.
Por cierto, esta espiral podría terminar o amainarse si se dieran cambios adecuados en cualquiera de las tres variables.
Por el lado económico, si el gobierno actuase drásticamente con medidas simples como el destrabe de inversiones y facilidades para las empresas. Por el social, si se diera un ‘shock’ de seguridad con medidas efectivas, sobre todo contra la pequeña delincuencia que es la mayor causante de la zozobra ciudadana. Y, por el lado político, si los candidatos ofreciesen propuestas reales y sin agresiones, de manera más acorde con las maneras y usos de las buenas democracias. Cualquiera de ellas es factible si hubiera voluntad de las partes.
Pero aun si nada de lo anterior ocurriese, un análisis de los datos económicos que se dieron en los últimos cuatro cambios de gobierno muestra que, inmediatamente después de cada cambio de mando, el PBI, la inversión bruta interna y la inversión pública interna voltean la tendencia negativa y empiezan a crecen significativamente.
Si en los casos anteriores, en que la relación entre economía y política no era tan fuerte, al cambiar cada gobierno empezó a crecer el PBI y la inversión, tras una administración como la actual se esperaría que ese cambio sea más marcado. ¿Está usted preparándose para ese eventual rebote?