En pocos días se cumplirán sesenta años desde que se pronunció uno de los discursos más elocuentes de nuestra historia electoral, cuando el candidato a la presidencia Fernando Belaunde se dirigió a los comuneros de Chinchero en el Cusco. Fue allí donde acuñó la frase: “El pueblo lo hizo”, refiriéndose a la abundancia de pequeñas obras construidas por los mismos pobladores y visibles en los pueblos serranos, caminos, iglesias, andenes, escuelas. El discurso se volvió bandera, dando sentido al nombre del partido Acción Popular. Pero, ¿cuánto de verdad y cuánto de poesía hubo en ese discurso? ¿Hasta qué punto el esfuerzo individual y comunitario ha sido una llave para salir de la pobreza?
Cuando se pronunció el discurso de Chinchero la infraestructura en la sierra era mayormente obra de los mismos pobladores, a base de pico y pala y gran sacrificio. Pero todo eso era una fracción de lo que se necesitaba. El déficit de obras seguía siendo enorme, en especial de caminos para llegar a los mercados, y de silos, canales y otra infraestructura productiva. Muchas comunidades registraban caminos incompletos, a pesar de diez o veinte años de esfuerzo colectivo ya realizado. Era una lucha desigual, contra una geografía inusualmente difícil, y contra siglos de explotación humana que limitaban la capacidad de ahorro e inversión propia. Hubo una verdad optimista en las palabras de Belaunde, pero también en la realidad de la sierra descrita por Uriel García en su obra “El nuevo indio”, “cada pueblo es una cueva donde el hombre vive preso”.
La lucha del pueblo no cejó, y en las siguientes décadas se fue sumando un aporte del Estado en la forma de carreteras, irrigaciones y capacitación, además de la reforma agraria. Pero no hubo avance contra la pobreza rural, quizás porque el poco terreno que se ganaba en el campo se perdía por los estragos de la crisis financiera y del terrorismo. Entre 1970 y 1990 la ganancia en la productividad del agricultor fue cero. Toda la obra realizada por “el pueblo” en esos años resultó estéril. Lo que sí dio dividendos para el campesino fue la migración a la ciudad, estrategia que terminó reduciendo la pobreza, elevando la productividad y mejorando la educación y salud. No fue lo que Belaunde tuvo en mente en Chinchero pero, tanto como las obras físicas, la migración fue también producto de iniciativa y sacrificio individual.
Pero el papel central del esfuerzo propio se hizo evidente durante la década de los noventa, cuando empieza un proceso sin precedentes de expansión y modernización en el campo. Desde 1990, la productividad laboral en la agricultura ha aumentado más de cuatro por ciento al año, tanto en la sierra como en costa y montaña. El censo agropecuario revela una explicación –en todo distrito se adoptan mejores prácticas de cultivo y de ganadería–. Dos prácticas especialmente dinámicas, por ejemplo, han sido el riego tecnificado y la vacunación del ganado.
¿El pueblo lo hizo? Sí, pero no solo. Ciertamente el campo es hoy un hervidero de iniciativa individual, que innova prácticas y cultivos y mercados, que invierte en sus chacras y crea otros negocios, todo eso enormemente facilitado por la conexión vial y telefónica y digital. Pero la contribución del Estado actual tampoco no tiene precedente. “El pueblo” de hoy, más que la comunidad, es el individuo que invierte sus propios recursos, pero también el municipio que con dinero estatal viene multiplicando la red de caminos rurales y haciendo otras obras cuya esencia es abrir oportunidades, y así apostar a la gente.