Fernando Vivas

En las crisis se voltea el cinismo ese de “no sé de qué hablan, pero me opongo”, al de “no sé qué critican, pero me opongo”. Sí, ya sé, en el periodismo la libertad de expresión y de crítica es sagrada; pero cuando el tiempo y el espacio para la denuncia, la repregunta y el hábeas data se estrechan tanto, lo realista y responsable es sacar un arma extraordinaria: la crítica constructiva, que parte del humano supuesto de que no todo está llevado por el mal sino por el afán de supervivencia.

Con el Lava Jato, ahí sí, una hipótesis razonable es que muchos actores buscan un enjuague de culpas mutuas o subalternos ajustes de cuentas, y tenemos que recelar hasta de jueces y fiscales; pero ahora nos la estamos en jugando contra un virus. Hay metidas de pata, insuficiente información, episodios de corrupción, pero muy por encima de eso hay una acción conjunta y buena voluntad del Gobierno.

Cuando oigo a la pequeña legión de epidemiólogos fans del testeo molecular que no soportan la idea, ¡ugghhhh!, de mezclarlo con pruebas rápidas, me río. La data que importa, y que sí tenemos que exigir y vigilar que sea veraz, es la de hospitalizados, pacientes en UCI y muertos. Aunque hubiera mucho subregistro o mal registro de infectados, esa es la data dura que nos dice cómo va la cosa. Con ella, y no con el número de casos nuevos, es que vamos a establecer con mayor precisión el momento en que lleguemos a la meseta.

Por supuesto que hay muchas metidas de pata. Pero en lugar de acumularlas para gritar “¡horror!” con comparaciones acomplejadas sobre lo bien que aparentemente les va a otros –ah, sí, el campo del vecino siempre está menos infectado–, hay que monitorear la capacidad de corregirlas. En esto hay mucho ensayo/error.

Tan peligroso como el equívoco es la necedad de no admitirlo. Pero aquí se corrigió el ‘pico y placa’ por género tras haber exacerbado aglomeraciones en los mercados; se está cambiando la estrategia de múltiples detenciones, que son fuente de contagio entre policías y detenidos, por la imposición de sanciones; y se busca corregir una estrategia general que pone mucha fuerza en el martillazo de la cuarentena, descuidando la implantación de protocolos para quienes sí salen de casa y a los que, en un par de semanas, se sumarán nuevos sectores. Ahí va una crítica constructiva: falta afinar sociológicamente la estrategia, de acuerdo con las características, hábitos y radio de contagio de segmentos económicos específicos. Y esto se puede decir sin gritar zamba canuta a las autoridades que se están rompiendo el lomo.

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