Quejarse en vano, por Patricia del Río
Quejarse en vano, por Patricia del Río
Patricia del Río

Nunca me había puesto a pensar en todas las posibles acepciones de la palabra ‘paciente’. Es verdad que un paciente es alguien que padece un mal, pero en otra acepción es también aquel que tiene paciencia. Y aunque ambos significados parecieran estar desvinculados, basta que uno esté enfermo, postrado en cama para que se dé cuenta de cuánta paciencia se necesita para afrontar una salud resquebrajada. Hay que tener paciencia para el dolor, hay que tener paciencia para aguantar los días y semanas que parecen todos iguales desde las cuatro esquinas de tu cama; hay que tener cerros de paciencia para saber que el mundo sigue dando vueltas sin ti.

Pero tal vez, de todas las paciencias que te impone la enfermedad, la que más trabajo cuesta es la que tienes que tenerles a los que gozan de buena salud. Cuando leer no es divertido porque te duele mucho la cabeza, que llegue tu hermana bien bronceada y saludable a quejarse del calor y del tráfico te da cólera. Cuando tu menú del día ha sido un pescado hervido con brócoli, que un amigo te confiese que está estresadísimo porque se va a Europa te da una rabia insana. Cuando estás amarilla como un mango, que tu vecina te diga que su vida es un desastre porque no le queda un vestido te dan ganas de matarla.

Los dramas de otros te parecen inútiles y cambiarías todos los estreses del tráfico, el calor o lo que sea con tal de salir a correr un rato o tirarte a tomar un poco de sol. Es curioso, porque la vida desde el ángulo que te ofrece la almohada empieza a gustarte más, no menos. Y ver ese mundo que pasa frente a tus ojos en el que ya no participas te hace darte cuenta de la cantidad de veces que te perdiste un día maravilloso por estar quejándote por tonterías. 

Hoy vi en las noticias que el presidente había reconocido que el avance económico del Perú es la envidia del mundo, y se me ocurrió pensar que los peruanos estamos viviendo como esos sanos que se quejan de cojudeces. Me di cuenta de que estamos tan acostumbrados a lamentarnos por las crisis que nos han tocado, que cuando por fin salimos de ellas y empezamos a tener un país con futuro, somos incapaces de valorarlo. 

Es verdad que este gobierno no ha sido un modelo de nada y que perdió la posibilidad de concretar reformas, pero también hay que reconocer que en el manejo económico, Humala siguió al pie de la letra la receta que le plantearon los empresarios: se olvidó de su plan de gobierno, puso los ministros que sus enemigos querían e hizo la tarea sin atreverse a salir del modelo. Y, sin embargo, nadie está contento con los resultados. A diferencia del gobierno de , en que el reclamo principal era la falta de la distribución de la riqueza, a este se le reclama la falta de crecimiento económico, y no porque hayamos dejado de crecer, sino porque crecemos más lentamente.

En líneas generales, entiendo la preocupación, y parece sensato buscar salidas eficaces que aceleren la economía, pero ya es hora de que sinceremos un poco el discurso y dejemos de hablar del “desastre económico” en el que supuestamente estamos inmersos. No vaya a ser que los votantes terminen creyéndosela y en el 2016 decidan apostar en serio por un cambio de modelo económico. Si eso ocurre, ahí quiero ver a los quejosos. Postrados en una cama recordando la última vez que estuvieron sanos.