Quemar el año viejo, por Rolando Arellano
Quemar el año viejo, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

La razón principal de la celebración del Año Nuevo es la necesidad de renovarse que tienen tanto la naturaleza como las personas. Así, aunque por razones ecológicas no lo hagamos de manera física, es importante ‘quemar’ el muñeco del Año Viejo, para dejar en el pasado todo lo desagradable que nos trajo. ¿Qué recuerdos deberíamos quemar de este año que se va?

A nivel peruano podríamos quemar la inmensa volatilidad del 2016, que más que uno en realidad fueron dos años distintos dentro de un solo calendario. La primera mitad fue un año electoral muy estresante por el nivel de los enfrentamientos y por la ansiedad del resultado, que se definió con microscopio. La segunda mitad fue de recorte de la inversión pública y de tensión, pues lo que debió ser un tango democrático entre el Ejecutivo y el Legislativo, más pareció esa danza entre toro y torero que dicen que existe en la fiesta brava. 

A nivel latinoamericano, quizá deberíamos quemar el mal sabor de la caída de la presidenta Rousseff y el escándalo de corrupción empresarial en Brasil que había detrás, carnaval cuya “pica-pica” generó también comezón en el Perú. Y podríamos además quemar las noticias sobre el inmenso deterioro de Venezuela, cuyo Gobierno ha podido mantenerse en el poder a pesar de los presos políticos, la inflación, el desabastecimiento y los saqueos.

Y por el mundo podríamos meter en nuestro muñeco al ‘brexit’, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que rompe un proceso de unidad necesario para el continente que más muertos por guerras ha producido en la historia del mundo. Y deberíamos también quemar, para rechazarlos, el conflicto en Siria y los atentados del extremismo islámico, que generaron movimientos xenófobos antimusulmanes en muchos países. Y quizá muchos le pongan al muñeco una peluca rubia, por las expresiones machistas y racistas del electo presidente estadounidense. 

¿Cómo afectó eso a la economía peruana? Mucho, pues la menor inversión pública y el sube y baja del petróleo, de la demanda externa y del dólar, hicieron dudar a todos, a las familias que querían comprarse una casa, a los pequeños empresarios que buscaban un camión y a los grandes inversionistas que iban a construir una fábrica. La volatilidad económica, que con gusto pondríamos en el muñeco, fue la regla en el año que termina. 

Pero todo eso no debe hacernos olvidar lo bueno que pasó, como los grandes avances de la medicina en el mundo, el proceso de paz en Colombia y el que aún tengamos un crecimiento envidiado en la región. Y no olvidemos que quemar el Año Viejo no sirve si paralelamente no nos planteamos acciones para mejorar el que viene, para que sea como todos lo deseamos. ¡Feliz 2017!