En la vida cotidiana los estereotipos nos resultan útiles porque nos ayudan a darle sentido a lo que sucede a nuestro alrededor y a actuar de manera, por lo general, eficiente. Por ejemplo, si entro a un hospital y veo a un joven vistiendo un terno oscuro y con un sistema de audio, supondré que es alguien que se encarga de la seguridad del local; y si observo a alguien vestido de blanco, asumiré que se trata de un médico o enfermero. Podrían no serlo, pero la práctica nos lleva a asumir estereotipos porque efectivamente son útiles la mayoría de veces debido a que nos facilitan la vida cotidiana.
Sin embargo, los estereotipos pueden utilizarse de modos perversos cuando se cargan de connotaciones negativas. Por ejemplo, cuando se le adjudica a un grupo de personas ciertas características negativas por su apariencia física o su pertenencia a un grupo social. No olvidemos los vergonzosos episodios de gritos onomatopéyicos simulando monos proferidos a jugadores de fútbol negros. Nadie en su sano juicio justificaría la muerte de Edita Guerrero –cantante de Corazón Serrano– en manos de su esposo maltratándola por “ser chola”. Tampoco estaríamos de acuerdo con un trato diferencial en la contratación, ascenso y sueldos de profesionales en las empresas por razón de sus rasgos físicos.
Sin embargo, donde no se encuentran acuerdos sobre la presencia de estereotipos negativos y discriminación es en programas cómicos como en “La Paisana Jacinta”. Las dudas surgen a raíz de una curiosa copresencia de elementos racistas con otros más bien de orden moralista y cómico. Por ejemplo, “La Paisana Jacinta” se puede presentar como justiciera defendiendo a los débiles, señalando que no hay que hacer ‘bullying’ en las escuelas, enfatizando que no se debe desaprovechar la oportunidad de estudiar; pero a la vez aparece como una mujer andina fuera de contexto: es la única en la serie vistiendo polleras, caminando de modo exageradamente descoordinado, desaliñada y con apariencia sucia, fea y desdentada. Por otra parte, las jóvenes de origen andino –como cualquiera de nosotros que se encuentra con una cultura nueva– aprenden sin mayores dificultades los códigos y costumbres nuevos. Lo que hace la serie es encasillar lo andino como una cultura retrasada, incapaz de renovarse y de mostrarse con dignidad.
No podemos negar que algunos capítulos son graciosos e ingeniosos, pero allí radica la trampa. De nada sirve que el personaje al final nos diga que seamos buenos ciudadanos. Lo que “La Paisana Jacinta” representa es la imposibilidad del desarrollo de la interculturalidad en nuestro país, con el agravante de que pasa caleta, por su contenido jocoso y aparentemente inocente.
La interculturalidad implica considerar al conciudadano que tiene una cultura diferente a la de uno como una persona igualmente valiosa con la que uno puede dialogar. En el caso de Jacinta, lo que se encuentra son golpes, garrotazos, engaños, mentiras y burlas.
Es evidente que no le podemos pedir a nuestros niños que realicen una mirada tan compleja como la que proponemos, pero sí es nuestra tarea desconfiar de qué se esconde detrás de la risa fácil, miles de golpes y moralejas estereotipadas.