No soy fujimorista ni por asomo, pero me opongo a la exclusión de Keiko porque me opuse a la de César Acuña y a la de Julio Guzmán. Y porque eso sería el triunfo de una aberración mayúscula de nuestro establishment: usar la ley para que jueces, abogados, lobbistas y funcionarios corruptibles suplanten la voluntad popular y alteren la única ocasión donde todo el país se manifiesta.
Ya se hizo con la exclusión de Acuña, impidiendo –tal como las últimas encuestas lo insinuaban– que el electorado lo descartara por su insolvencia moral. Ya se hizo con Guzmán, evitando que todos juzgáramos si su improvisación política lo hace o no digno contendor de segunda vuelta.
El poder de jueces sin una formación de respeto por el derecho de participación política se nos fue de las manos. Y a los jueces se les fue de las manos el efecto de sus dos primeras exclusiones. Deploro que hasta el propio presidente del JNE, Francisco Távara, que tuvo el tino de dejar sentado su voto en minoría a favor de Guzmán, no lo tuvo cuando alentó la aplicación de una salvaje, imperfecta y desproporcionada ley que excluyó a Acuña y ahora procesa a Keiko y amenaza hasta a PPK. O sea, el mismísimo establishment que aplaudió por lo bajo la exclusión del primer par, ahora calla cuando ve que, por similares razones, podría caer cualquiera.
Me he opuesto a las exclusiones administrativas desde que el JNE sacó a Álex Kouri de su carrera del 2010 por Lima, porque no pudo acreditar que en realidad vivía entre Lima y Callao. ¡Cómo si estuviéramos tan lejos! No hay color partidario en mi postura, sino la convicción en que la democracia se valida por millones en las urnas y no bajo la mesa.
Y también me opongo a exclusiones por entregar colaboraciones económicas, premios o regalos. Son acciones reprobables, pero mientras no haya una ley reglamentada que plantee sanciones intermedias y proporcionales, es una barbaridad, a la primera, aplicar la única y drástica sanción. Ni siquiera ha habido campaña de sensibilización, ni advertencia, ni amonestación ahora para que no reincidas luego. ¡Zas!, muerte súbita electoral por incurrir en una vieja práctica, que es bueno ir desterrando, pero que tampoco implica automática compra de votos (que es lo que en el fondo se busca impedir). El elector no vende su conciencia por un regalito.
Ya la regaron bastante en el JNE, como para que excluyan a la puntera de las encuestas. No es mi candidata, pero quiero verla en mi cédula de votación, quiero verla responder a los buenos actores de “Al fondo hay sitio”, quiero ver si tiene argumentos para replicar a los ‘nakers’ que le harán tremenda marcha este 5 de abril.