China realiza test masivos de COVID-19 en la ciudad de Kashgar, luego de que se detectaran un puñado de positivos, esta semana. (Foto: AFP).
China realiza test masivos de COVID-19 en la ciudad de Kashgar, luego de que se detectaran un puñado de positivos, esta semana. (Foto: AFP).
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Fernando Vivas

Uno de los buenos efectos de la es que nos va a reubicar frente al mundo. Es como un terremoto de 10,5 que nos ha zafado de eje para ponernos de cara frente a otras realidades del mapa. Acostumbrados a estar en discretos lugares de desarrollo de mitad de tabla para abajo, de pronto nos vimos encabezando la tabla de de la Universidad Johns Hopkins y, unos meses atrás, estuvimos en el ‘top ten’ de los países con cuarentenas más rígidas, según el de la Universidad de Oxford.

Pero he aquí que, teniendo la posibilidad de compararnos –para emularlos– con quienes mejor les ha ido en la gestión de la pandemia, insistimos en mirarnos en el espejo deformado de Europa, al que tan mal le va. En lugar de copiar y comprar los métodos de Corea del Sur, Taiwán, Tailandia, Nueva Zelanda o la propia China –donde empezó todo–, se nos ha metido que nuestro destino inexorable es mojarnos con una a la europea.

Hay en todo esto una estrechez de miras y, a la vez, una manipulación. La estrechez viene de la costumbre de no explorar más allá del vecindario ni de los destinos originarios. La manipulación viene de lo siguiente: hay una voluntad oficial, en pacto tácito con los medios y con buena parte de la opinión pública, de difundir el miedo a una segunda ola para evitar el relajo que traería muertes.

Este miedo a la nueva ola europea es la más eficaz comunicación de riesgos. Vaya que sí. Pero es un engaño, pues no se nos cuenta que los países europeos relajaron sus restricciones mucho más que nosotros y están pagando el precio de unas libertades que estiman más que nosotros. Aquí seguimos con toque de queda y más limitaciones sanitarias que las que tuvieron la mayoría de europeos tras su primera ola.

No me preocuparía demasiado la comparación con Europa si solo tuviese fines de advertencia. Me preocupa que no haya, con el mismo celo con el que se mira con escándalo a España o a Gran Bretaña, la voluntad de mirar con envidia proactiva a Nueva Zelanda o Corea. En estos países no ha habido segunda ola, sino brotes rápidamente controlados con los métodos que aquí tenemos que copiar. El discurso oficial se agota rápidamente en postular ese miedo antes que en mostrar cómo vamos a asimilar las estrategias asiáticas. ¡Candidato que traiga a un experto neozelandés o chino para su plan, se anota un poroto!

Párenla ya con el miedo a la matriz europea, como si la asiática nos fuese tan exótica. Nuestro proceso de modernización y desarrollo está más próximo, históricamente hablando, al de China, Tailandia o Corea que al de EE.UU. o Europa. Nuestra sociedad está más dispuesta a soportar restricciones y vigilancias digitales que las potencias occidentales. Así que párenla con el pánico a Europa y mirémonos en el espejo asiático.

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