A problemas generales, sustos generales. E ideas sueltas y chuscas. Quito y Santiago explotaron de forma diferente, pero con fondo similar. Lenín Moreno tuvo que trasladar su gobierno a Guayaquil; Piñera se estará preguntando por qué diablos dijo que Chile era un oasis.
En Ecuador, la protesta la lideró el movimiento indígena, un gremio que no se somete ni se alía con nadie. Partidos y gobiernos, a lo sumo, negocian con él. En Chile, la bronca es más violenta y de liderazgos difusos, aunque amparados en una tradición de jóvenes muy reactivos a alzas de pasajes y de costos de la educación.
El fondo sí se parece: el aumento del combustible (efecto de una exoneración cancelada) en Ecuador, y el alza del pasaje del metro en Santiago. Dos decisiones técnicas presentadas como tales por sus presidentes. En Ecuador hubo el picante ingrediente de que la medida fue recomendada por el FMI, lo que excitó la narrativa antiimperialista del movimiento indígena.
Piñera le dijo a “The Financial Times”, invocando a “La odisea”, que él se ponía cera en los oídos para no oír los cantos “de la sirena populista”. O sea, para mantener la estabilidad macro, no caben excepciones populistas.
Ahora, mis ideas chuscas. La protesta violenta se dirige a políticos sometidos a una lógica tecnocrática que obliga a la política a alinearse con las recetas económicas. No al revés. Y esa lógica manda: no vale esta excepción porque lleva al populismo. Y a la gente, en la región más desigual del planeta, que percibe que el sistema está hecho de ‘excepciones’ para pocos y, además, donde el Lava Jato demuestra cuánto se torció todo para dar cabida a más ‘excepciones’, le dices que no merece una ‘excepción’. Ya, pues, aquí cualquier chispa provoca el incendio. Por eso digo que los proyectos nacionales tienen que volver a ser agitados por los políticos, no por los técnicos.
¿Lima podría explotar? El riesgo es latente, pero hay razones que lo atenúan. Suelto algunas: primero, la gente está fascinada viendo caer a los salpicados por el Lava Jato y otros escándalos; aunque la justicia se ha cebado en políticos y funcionarios, y no tanto en privados. Es un desfogue pacífico del odio a los corruptos (salvo el ‘bullying’ y las desgracias de los árboles caídos).
Segundo, Vizcarra no tiene afán de contrariar en lo más mínimo la ira popular. Tercero, la gran informalidad aleja del Estado. Si no te portas con él, tampoco le reclamas mucho. Apunte bruto final: eso de una conspiración regional del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla son pamplinas. No sobreestimen a la izquierda; no subestimen a la independiente, indócil, inflamable percepción popular de lo injusto.