Enrique Planas

De lejos, pareciera una máscara funeraria, pero al acercarnos advertimos el error. Las mejillas sonrosadas, el bigote casi teatral, el gesto sereno capturado por el maestro mascarero Edmundo Torres. En la pared opuesta de la sala, recortes de prensa de su archivo. Imposible no ceder a la tentación de buscarme entre ellos: dos artículos llevan mi firma, dedicados a distintas exposiciones de arte popular organizadas por él. Más allá, mientras un documental da cuenta de la vida y milagros de , observo el viejo archivador de metal y el desordenado escritorio que reinaba en su oficina del Instituto Riva Agüero. Como si solo hubiera salido un ratito, su sombrero cuelga de la pared, su casaca viste el respaldo de la silla y su bolsa de libros descansa sobre el asiento.

En la siguiente sala, una lápida colorida, parte de la colección del desaparecido coleccionista e imprescindible gestor cultural, da cuenta de la mortalidad del propietario: “Cuando seas festín de los gusanos, me reiré a carcajadas de tu orgullo”, reza la frase sepulcral. La fiesta alrededor de la muerte se acentúa con la jarana dibujada por Teodoro Núñez Ureta; su sombrero de chalán usado para animar el concurso de marinera norteña de Trujillo; el retablo donde un artesano cómplice lo incluye como cliente de su tienda. Al fondo, imágenes del cementerio de Iquitos y del Presbítero Maestro, que tanto él batalló para convertirlo en museo. Y siguen las máscaras, los retablos, ángeles y vírgenes de maguey listos para vestir. En el último tramo de la galería, acompañado por su reloj de péndulo, fotos familiares y figuras de pasta, encontramos la silueta de cartón del propio Lucho, de tamaño natural, regalándonos su perenne sonrisa. Como fondo, reconocemos el azul añil de la sala de su casa, y la vista del parque enmarcada por su ventana.

Una exposición suele ser una experiencia enriquecedora cuando su información satisface nuestra mirada y curiosidad. Un historiador de arte selecciona las obras, analiza, describe, critica y, en los casos más notables, nos permite compartir su perspectiva frente al carácter emocional del tema presentado. Pero sucede algo extraño cuando es un hombre de teatro el que asume el papel de curador. En este caso, , director del grupo Yuyachkani, plantea la muestra abierta en el C.C. Inca Garcilaso como un juego de máscaras: si los artistas populares incluyen la imagen de Repetto en sus propias creaciones, el curador lo suma también como elemento de su propio homenaje. Él sobrevive entre objetos sigilosos, resistentes a nuestro olvido. Aquí, las piezas convocan su presencia. Su dueño parece haber salido por un momento, tan solo. Tal es la magia de la puesta en escena.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Planas es redactor de Luces y TV+