Ollanta y Nadine han gobernado como si el nacionalismo tuviera que morir con ellos, como si las leyes antinepotismo no solo se aplicaran a sus consanguíneos, sino también a sus correligionarios. Los Humala Heredia ‘desconocieron mayormente’ la gran transformación, se extraviaron en la hoja de ruta y no se dieron tiempo para apostar por la continuidad de su proyecto.
Daniel Urresti fue una temeridad (cuando lo ficharon de precandidato entusiasmados por su ráting de francotirador), un descarte mal calculado (cuando, asustados por su juicio por homicidio a Hugo Bustíos, lo reemplazaron por el soso Milton von Hesse), un nuevo fichaje desesperado (cuando retomó la posta tras renunciar Von Hesse) y, finalmente, una cancelación tardía.
Urresti nunca fue un soldado del nacionalismo. Ni siquiera cuando se inscribió de militante como requisito para candidatear. Nadine, la presidenta del partido, nunca lo tuvo como bolo fijo. Siempre pensó que surgiría una alternativa entre las propias filas. Por supuesto, ella y Ollanta estaban encandilados cuando Urresti apuntaba a Keiko y a Alan, aunque temían que les disparase a los pies.
El gran problema es que Urresti no era candidato de vocación. Abrazó la postulación para huir de las consecuencias del fantasma de Hugo Bustíos. Y, como suele pasar en estos casos, enervó el juicio. El círculo vicioso se hizo insostenible para un partido que, de pronto, empezó a albergar un proyecto político ajeno, el de militares en retiro resentidos por el maltrato caviar. En una entrevista, Urresti me dijo: “Represento a todos aquellos militares a los que, igual que en mi caso, nos juzgan injustamente” (El Comercio, 17/1/2016). Sospecho que la presencia militar en su entorno y el trabajo de bases que ha desplegado en provincias durante estos últimos meses asustó a la cúpula nacionalista.
¿Y qué pasa si Urresti y su gente nos quitan el partido? Esa pregunta miedosa y la poquita fe en su posibilidad de saltar la valla tienen que haber sido determinantes de su cancelación en manos del CEN nacionalista. La discrepancia de Daniel Abugattás, excluido de ese acuerdo, es temperamental. Como para terminar el quinquenio como el nacionalista más aguerrido, antes de su inminente alejamiento. Otros líderes de su mismo peso, como Ana Jara, también están en búsqueda de coartadas para fugar. Al nacionalismo le puede pasar lo que al toledismo, pero de forma más expedita: sus cuadros, forjados en la experiencia de gobierno, irán a apoyar otros proyectos.
El retiro forzado de Urresti es, por lo tanto, tardío pero realista. Nadine, Ollanta y sus pocos fieles tendrán primero que reflexionar sobre qué diablos hicieron para dilapidar el capital político que tuvieron en el 2011, sobre su autodestructiva pelea con el Apra, sobre cómo la judicialización de sus faltas los golpeará de la misma forma que ellos alentaron que golpee a otros. Tendrán que jurar reconstruir su proyecto nacional, llorando sobre la tumba de la candidatura de Daniel Urresti.