Roja directa, por Carlos Meléndez
Roja directa, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

El crecimiento de la candidatura de Verónika Mendoza es una buena noticia para la representación política del país. Constituye una opción ideológicamente coherente –estemos o no de acuerdo con ella–, expresada por políticos relativamente disciplinados con la profesionalización de sus carreras y cohesionados en torno a ideas-fuerza antes que a personalidades. A diferencia de la elección pasada –en la que la izquierda optó por el atajo de un ‘outsider’ militar–, hoy el Frente Amplio representa el primer paso serio –tras repetidos desaciertos como Humala y Villarán– para el relanzamiento de un proyecto político genuino. Estamos ante una opción “roja directa”, sin intermediarios ni caudillos. 

La exclusión de la candidatura de Julio Guzmán va a tener, paradójicamente, un efecto positivo e inesperado para la democracia en el Perú –en contraposición a la calificación de que las presentes elecciones son “semidemocráticas”–. Guzmán representaba una opción personalista y programáticamente inocua, con una crítica al establishment político insuficiente, sin cuestionamiento ni sustento ideológicos. Su exclusión favoreció las candidaturas del Frente Amplio (FA) y de Acción Popular (AP), que empezaron a crecer a partir del electorado perdido de Todos por el Perú. Pero fueron tomando sus caminos propios: el FA procuró el electorado “traicionado” por Humala, AP prefirió competirle el electorado a PPK aunque con mayor eficacia entre las élites provincianas.

La candidatura de Mendoza diversificó la oferta política, hasta entonces homogéneamente derechista. La viabilidad electoral de esta alternativa permite poner en debate temas de fondo como el modelo económico, la reforma política, la visión de país. Politizar la desigualdad –desde dentro del sistema político– le hace bien a nuestra representación política y, consecuentemente, a nuestra democracia. La politización de la desigualdad no desapareció con la conversión de Humala, sino que se instaló para quedarse en buena parte del electorado. La novedad es que tendrá una bancada parlamentaria que cuestionará la defensa conservadora y a ultranza del statu quo que hoy nos gobierna en “piloto automático”. 

El Frente Amplio fortalece la representación, pero no asegura gobernabilidad (no por su programa –gobiernos con plataformas radicales pueden ser eficientes–, sino por la trayectoria de sus cuadros). No logran convertir las promesas en políticas ni obras. Su planteamiento macroeconómico carece de destrezas administrativas (Alan Fairlie, hasta de credenciales académicas). Su estirpe fiscalizadora (como Javier Diez Canseco) se ha degradado (Julio Arbizu, más que especialista anticorrupción, es un troll antifujimorista y antiaprista). Pasar de un porrazo del pizarrón de Sociales de la PUCP y del taller oenegero a la PCM puede resultar sumamente irresponsable. El ejercicio de la función pública de sus “tecnócratas” (sectoriales con Humala, edilicios con Villarán) es penoso.

El futuro del Frente Amplio no solo depende de su cohesión ideológica, sino también de su capacidad de seducir al antifujimorismo. Mendoza tiene sus propios “antis”; se sentirán, de pasar a segunda vuelta. Por ahora –y considerando sus deficiencias– es lo mejor que le ha pasado a la izquierda peruana –en términos electorales– desde Alfonso Barrantes.