Retail: Faro Capital abrirá 35 tiendas de sus diferentes marcas
Retail: Faro Capital abrirá 35 tiendas de sus diferentes marcas
Redacción EC

LIUBA KOGAN

Jefa del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Pacífico

En los últimos años, las costureras a domicilio y las sastrerías han ido perdiendo clientes a raudales, porque las mujeres ya no nos mandamos a hacer ropa a medida y los hombres encuentran más económico y rápido comprar ternos, camisas y pantalones en tiendas. La ropa lista para llevar ha sustituido las visitas permanentes a costureras y sastres, las fastidiosas pruebas que incluían inevitables pinchazos de alfileres y los múltiples arreglos cuando la prenda no quedaba como queríamos.

Luego de varias visitas al sastre o a la modista y de unas semanas de espera nos hacíamos de la prenda soñada. Había que planificar la hechura de la ropa: no se compraba cada vez que se salía a comer, al cine o a pasear. Era un asunto que respondía a hechos particulares: matrimonios, bautizos, necesidades laborales, viajes, etc.

Hoy, la ropa hecha a medida es la de alta costura (y de altos precios).

La enorme cantidad de tiendas por departamentos que se construyen sostenidamente en Lima y provincias ha generado nuevas pautas de consumo en relación con nuestra vestimenta. Han logrado, con sus encartes y publicidad televisiva (con promociones y ofertas), que vistamos de un modo diferente, pues la ropa sigue patrones de temporadas cortas. Hace solo unas décadas, los hermanos y primos heredaban –de generación en generación– las prendas que se mandaban a confeccionar o se modificaba la ropa cuando pasaba de padres a hijos. Hoy, los productos se fabrican calculando su obsolescencia; es decir, se producen para durar un tiempo relativamente corto para ofrecer permanentemente nuevos modelos en el mercado 

Sin embargo, existe otro detalle que acompaña a estas nuevas formas de comprar las prendas de vestir en las tiendas por departamentos que venden miles de prendas similares (e incluso en las tiendas ‘caleta’ o especializadas que ofrecen pocas prendas por diseños y colores): el asunto de las tallas. En nuestro país parece –si nos atenemos a las tallas que se ofrecen– que todas las mujeres y hombres fuéramos muy flacos y, además, que conserváramos el cuerpo que teníamos de adolescentes.

No es raro escuchar permanentemente las quejas de las mujeres porque “las tallas se achican”: “Yo soy flaca, pero me tengo que comprar una talla mediana o grande”, “no encuentro ropa para mi talla, a pesar de que no soy obesa”, “la ropa está hecha solo para adolescentes, imposible que unas caderas de cuarentona entren en ese pantalón”. Incluso, en tiendas exclusivas o ‘caletas’ solo se exhiben prendas pequeñas y medianas. Pedir una talla grande (y no hablemos de un XL) es un pecado, una vergüenza y casi un delito. 

Hay un problema serio: la estandarización de las tallas hace que nuestros cuerpos se adapten a la ropa y no que la ropa nos cubra amablemente. Para muchas mujeres, ir a comprar ropa resulta más incómodo que los pinchazos de las costureras.

La estandarización y masificación de la producción de la vestimenta traen ventajas en cuanto a precios y diversidad de productos, pero también efectos perversos: nos sentimos culpables por no parecernos a las modelos de los encartes, por no entrar en las tallas y por añorar bajar de peso. En varios países se exige que la ropa se fabrique en todas las tallas según la contextura de sus habitantes. ¿Por qué aún no lo hacemos en el nuestro?