Si hay alguien que hoy debe estar pasando una Navidad amarga, esa es Silvana Buscaglia Zapler, de cuya existencia nos enteramos hace poco a causa de un video grabado en el aeropuerto Jorge Chávez.
Para quienes hayan aterrizado recién en Lima –o hayan despertado anoche de un coma–, resumiré lo ocurrido: la señora Buscaglia Zapler se opuso tenazmente a que un policía –el técnico de primera Elías Quispe Carbajal– le impusiera una multa por haber estacionado su robusta camioneta negra en un lugar prohibido. “¡Aléjese de mi carro!”, amenazó ella, apartando al policía con ambas manos. El técnico Quispe se acercó a pedirle explicaciones y es aquí donde la señora realizó una maniobra que fue repetida hasta la saciedad en las redes sociales: un manotazo que hizo volar su casco. En vez de ser detenida en ese instante, la señora Buscaglia se trepó a su camioneta y avanzó con ella a pesar de que los policías presentes le opusieron el cuerpo a la máquina.
Dos días después, en lo que constituye un récord de eficiencia, la señora Buscaglia fue sentenciada a 6 años y 8 meses de prisión. La fiscal había solicitado 9.
Desde entonces las opiniones se han dividido entre quienes dicen que ya era hora de que se siente un precedente y los que consideran a la sentencia como exagerada, sobre todo, en un país en el que cientos de delincuentes quedan impunes luego de masacrar a policías con igual o mayor alevosía en hechos más violentos.
Ahora, permítaseme poner dos sentencias en perspectiva.
Miguel Facundo Chinguel, el responsable directo de los narcoindultos –ese escándalo nunca visto en el mundo, por el cual, durante el segundo gobierno de Alan García, se liberó a 3.207 condenados por narcotráfico con la oportuna firma del presidente– fue sentenciado a 13 años y 8 meses. Es decir: uno de los responsables de ese macabro Poder Judicial paralelo que se instaló en el Ejecutivo para liberar delincuentes a cambio de dinero y que, de paso, alimentó la violencia que hoy sufrimos, fue condenado, luego de arduas deliberaciones, al doble de sentencia que una señora que sufrió un arrebato. Doce navidades contra seis.
Es claro que la señora Buscaglia cometió algo repudiable. Su defensa ha sido patética. Y la ley vigente se ha cumplido.
¿Pero, de verdad merecía tanto?
De vez en cuando las pulsiones de nuestra sociedad confluyen en un entramado de cauces que terminan impactando en algún chivo expiatorio. Buscaglia desacató a la autoridad pero, además, hizo todo lo que estaba a su alcance para convertirse ante cámaras en uno de los personajes que más odiamos: la señora blanca, con camioneta grande y apellido no castizo, que evade la autoridad encarnada en un policía dubitativo y mestizo.
Entonces, ¿se condenó a la persona o a un estereotipo? Además, ¿no somos la mayoría de peruanos como la Buscaglia a la hora de respetar la ley? Por ejemplo, ¿habremos olvidado que las señales de tránsito existen para que en cada esquina no tenga que haber un efectivo de verdad? Pasarse una luz roja a propósito es como zurrarse en un policía que te dice “alto”, y la misma indignación que me dio la señora Buscaglia me la generan los zopencos que se meten ¡contra el tráfico! para adelantar a quienes sí cumplen con el orden.
Qué estúpido lo hecho por Buscaglia. Pero qué triste es vivir en un país que festeja los latigazos desgarradores contra otros para olvidar lo indulgente que es consigo mismo.
Libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad.