La insalvable distancia entre Keiko y Kenji da pie a una aproximación freudiana e histórica a las rivalidades fraternas que ocupan la escena pública.
La insalvable distancia entre Keiko y Kenji da pie a una aproximación freudiana e histórica a las rivalidades fraternas que ocupan la escena pública.
Pedro Tenorio

La pregunta no es cuánto tardará en resolverse la difícil situación judicial de Keiko Fujimori, sino cuánto falta para que Kenji asuma la conducción de lo que queda de la herencia política de su padre. El fujimorismo vive su hora más crítica, consecuencia de sucesivos errores que nunca quiso rectificar, y dada la rapidez de los acontecimientos Kenji Fujimori podría volver a la cima en ausencia de Keiko. No hablo solo del partido Fuerza Popular (FP), que orgánicamente tiene dirigentes que lo representan, sino del poder que aún tienen los naranjas dentro y fuera del Congreso.

En su mensaje del martes 23, donde propuso una nueva etapa de paz y diálogo con el Ejecutivo (y eventual reconciliación con su hermano menor), Keiko capituló políticamente agobiada por las cuitas judiciales que se ciernen sobre ella y sus principales colaboradores. Desde entonces su dirigencia nacional ha seguido dando tumbos. Al mismo tiempo, su bancada parlamentaria carece de brújula, con lo que aumentan las posibilidades de una masiva disidencia en pos de independencia. Ante ello, hay razones para pensar que Kenji podría aglutinar a tantos desorientados.

La primera es que Miguel Torres, designado por Keiko como cabeza del partido “en esta nueva etapa”, carece precisamente de lo que FP más necesita: liderazgo. Tampoco podría ejercerlo ningún integrante del chat ‘La Botica’, después de cómo han quedado expuestos. En segundo lugar, porque la paz ofrecida por Keiko al Gobierno requiere de nuevos voceros, nuevos rostros que le den identidad a esta etapa. Y Kenji ya había ensayado un acercamiento con Palacio, basado en el indulto a su padre por Kuczynski, lo que le dio una pátina de independencia respecto de Keiko y lo proyectó de manera distinta ante la ciudadanía.

Tercero, porque el keikismo ha perdido en estos 26 meses que lleva en el Congreso el carácter de “promesa” con el que instaló su abrumadora mayoría naranja. Pese a que Keiko anunció que “aplicaría su plan de gobierno” desde el Parlamento, ello nunca ocurrió. Y cuarto, porque el keikismo ha perdido de manera consistente su base popular: según Datum, en octubre su desaprobación nacional llega al 86%, y su aprobación hoy (11%) ¡es la mitad de la que tenía en junio (22%)! Ello sin contar sus pobres resultados electorales obtenidos en las municipales y regionales del domingo 7, y que la mantuvo viajando por el país sin pena ni gloria.

El keikismo nunca estuvo tan mal y sus posibilidades de reinventarse son remotas. Una de las pocas pasaría por el regreso de Kenji. ¿Se animará Keiko a utilizar este salvavidas o pesará más el temor a quedarse fuera de juego? Parece que el trago amargo se avecina.