La libertad de elegir empieza por la de elegir si votaremos o no. En esta simple verdad se encuentra la clave de cualquier reforma destinada a mejorar la calidad de nuestro sistema político de gobierno y representación ciudadana. Es decir, cualquier reforma que no parta de esta premisa fundamental no fructificará como lo viene demostrando la copiosa legislación electoral y de partidos políticos que, en teoría, deberían haber mejorado la oferta electoral peruana y, en consecuencia, la calidad de nuestros futuros gobernantes.
Como es obvio, esto no ha sucedido ni sucederá, obligando a hacer a la gente lo que no le gusta o no le interesa hacer. Por el contrario, sí sucederá cuando los electores sean persuadidos de que la política es importante para su futuro y el de sus hijos y que, por lo tanto, libre y voluntariamente deben manifestarlo con su voto.
Según Ipsos, el 42% de peruanos no iría a votar si pudiera. Este alto porcentaje de abstención electoral se explica a su vez porque existe un 70% de peruanos a los que no le interesa la política. Aunque el asunto parece meridianamente claro en cuanto a lo que una situación semejante trae como consecuencia al momento de elegir una autoridad, no está de más un ejemplo para los más exigentes.
Imagínese un deporte en equipo que está al alcance de todos pero que a usted no le interesa. Pongamos que sea el fútbol. Digamos que a usted lo obligan a ponerse los chimpunes, la camiseta y a salir a la cancha bajo pena de multa y muerte civil.
¿Cómo cree usted que jugará el partido? ¿Cuánto rendirá si no le interesa ese deporte? ¿Cuántas posibilidades habrá de que anote un gol? Ahora, imagínese que ocho jugadores de su equipo estén en la misma situación que usted, es decir, que el fútbol les importe un bledo. ¿Cree que con 8 desmotivados de 11 jugadores ganarán el partido?
¿Harán un buen papel? Difícil, ¿no? Entonces ya no le será tan difícil asumir que en una elección en que al 70% de electores no le interesa la política los elegidos no serán buenos gobernantes. Esta es la explicación de por qué todas las elecciones peruanas de estos últimos 35 años son una tómbola en que la proporción de elegir un mal representante o mandatario es de, por lo menos, siete contra tres.
Quienes defienden la obligatoriedad del voto son los que en buena cuenta prefieren la “legitimidad” de una participación general a la calidad de los elegidos. Pero esa es una visión absolutamente formalista y fantasiosa de la legitimidad.
Un presidente o un sistema político no se legitima porque todos vamos a votar, sino porque estamos comprometidos con ese mandatario o ese sistema.
En simple, el voto obligado de cualquiera no le da legitimidad a nadie, como no se la da a los partidos políticos el hecho de que la ley los obligue a tener “comités” en todas las provincias y distritos del país o que se celebren “elecciones internas” o que se los obligue a recolectar medio millón de firmas para “existir”. ¿O alguien cree que con todas esas normas “cumplidas” los partidos políticos tienen más legitimidad que hace 50 años?
Concluyo. Mantener cautivo el voto es coartar la voluntad del soberano porque no hay soberanía sin libertad. Cualquier otra cosa es, simplemente, una farsa.