Cien días son apenas el 5,4% de los 1.825 que Pedro Castillo debe estar en el poder por mandato constitucional. Si los cumple o no, ese es un pronóstico que sería irresponsable y temerario de formular. El peso aplastante de los antecedentes hace temer cualquier desenlace: hemos tenido cuatro presidentes en el último quinquenio. Puede confirmarse la inestabilidad, pero debiéramos bregar por corregirla.
Solo añadiré que ni descarto que Castillo acabe bien, ni ansío que lo vaquen pronto en medio de otra crisis agónica. Por ahora, la vacancia está conjurada, por falta de votos en el Congreso y por esa capacidad, al límite de nuestra paciencia, que tiene Castillo de corregir sus excesos. Lo hizo, primero, entregando la cabeza del excanciller Héctor Béjar, luego la del ex primer ministro Guido Bellido junto a la del exministro de Trabajo Iber Maraví, luego la del exministro del Interior Luis Barranzuela y ahora la de Walter Ayala, de Defensa.
El próximo pulseo se avizora fuera del Gabinete, en torno de su secretario de la presidencia, Bruno Pacheco. Hombre de Castillo y habitante del ala oeste de Palacio, Pacheco confirma que los problemas centrales están en esa ala y no en la este, la de la PCM, donde Mirtha Vásquez hace de estabilizadora y bombera. Sus presiones al jefe de la Sunat, Luis Vera Castillo, explícitas en los chats difundidos por el portal Lima Gris, para favorecer a un contribuyente y para contratar a un martillero público son groseras e intolerables. No hay atenuante.
Por suerte, no está mencionado o salpicado el presidente en los mensajes difundidos hasta ahora. De esa forma, el asunto Pacheco es un temporal que se puede perfectamente capear. Se va Pacheco y punto. Que Pedro Castillo aprenda de una buena vez, a sus ciento y pico días de presidente, que el ejercicio de su cargo no solo es gozar del poder para retribuir a amigos y paisanos (¡miseria y egoísmo de la política!), sino también conceder los correctivos que reclaman la oposición y la opinión pública.
Que su respuesta al escándalo de las presiones de Pacheco no sea el silencio y la ambigüedad, pateando la solución para nadie sabe cuándo y encerrándose en su capullo de mandatario nunca entrevistado. Ha demorado una semana –lo hizo el lunes en un comunicado– en confirmar la salida de Ayala. No puede demorar lo mismo con Pacheco. Si el mutismo le parece una prerrogativa del poder, es un autoritario. Un presidente está obligado a ahorrarnos zozobra a los ciudadanos, ejecutando las decisiones y correctivos oportunos. Que colabore, liberándolos de ruido, con Mirtha Vásquez y los ministros que sí están abocados a su chamba.
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