Tecnócratas arrinconados por cleptócratas, ese es el drama. Y a la vez es una manera práctica, aunque esquemática, de ver las cosas. No es maniquea, porque el acento no está en la moral, sino en la necesidad de preservar el Estado sin, precisamente, complicarnos la tarea con la ideología o la orientación política de quien le dé batalla a los cleptócratas.
¿Por qué digo que es un enfoque práctico? Porque si se percibe al gobierno de Castillo como uno que ha abierto espacios para mucha gente que ha entrado a servirse del Estado designando amigos y permitiéndoles que roben (hay innumerables evidencias de esto en el Ministerio Público y en la contraloría, así que no estoy lanzando una mera impresión), la reacción del político invitado a participar como ministro o funcionario será ‘yo no puedo entrar a avalar eso, sino es poniendo condiciones que no me van a cumplir’ y si, a pesar de esas reticencias, se anima, será el coro de amigos y colegas el que le diga ‘¿cómo vas a avalar a esos corruptos e ineptos?’.
Sin embargo, las salidas o transiciones políticas son largas, y áreas sensibles del Estado (MTC, Vivienda, Interior, Agricultura) se deterioran de una manera que da pavor. ¿Sería bueno que políticos que conocen el terreno o profesionales con proyección política acepten ser ministros en esas carteras si el Gobierno los convoca? ¿Superarían el dilema de arriesgar su prestigio o ayudar a cuidar la casa mientras salimos del trance? Cada vez se hace más difícil superar esa encrucijada. Y cuando aparentemente se supera, como en el caso del excanciller Miguel Ángel Rodríguez Mackay, nos topamos con un personaje desbordado por el fajín, que no midió ni sus pretensiones, ni sus discrepancias con Palacio de Gobierno.
La mejor salida a una crisis como esta es dejar que los técnicos impecables que hoy son viceministros o directores tomen las posiciones claves que están corroyendo la administración pública con un impacto que seguiremos viendo en el largo plazo. De esto debiera hablar la oposición con el Gobierno; de esto debieran hablar Pedro Castillo y Aníbal Torres con José Williams si se concreta la invitación a reunirse que el primer ministro me dijo –en conversación publicada en El Comercio– haría al flamante presidente del Congreso.
Se impone un pacto mínimo para cuidar la casa frente a la cleptocracia, sin interferir ni en la autonomía del Ejecutivo, ni en los planes del bloque opositor. El nombramiento de técnicos impolutos, quizá desconocidos por la mayoría, pero conocedores del área que les toque, demostraría que los peruanos, de cualquier color, sí pensamos en el futuro. Que la tecnocracia maneje los ministerios mientras los políticos negocian la transición.