La tertulia, por Beto Ortiz
La tertulia, por Beto Ortiz
Redacción EC

Entrevistar para un diario es una esgrima de salón pero entrevistar en la TV en vivo es un deporte de alto riesgo. Si lo abandonas un tiempo, pierdes velocidad, reflejos, resistencia, ritmo. Obvio que tu rendimiento disminuye apenas dejas de entrenar. Y, pese a que hace varios años que entrevisto todas las semanas de mi vida, hacía ya ocho largos meses que, pese a los reclamos frecuentes, había decidido interrumpir las entrevistas políticas. Qué duro es dejar la vida sedentaria para volver al gimnasio. Volver al ring cuando no tienes ganas de hacer ni medio abdominal. No me estoy disculpando, me estoy criticando. Esta es mi autocrítica televisiva. Todo lo que pensaba –como televidente– mientras veía mi entrevista del lunes. Comenzaré diciendo que una cosa es entrevistar a y otra, muy distinta, entrevistar a Y yo creí que nunca lo volvería a entrevistar. ¿El motivo? En el último “Abre los ojos” nos excedimos poniendo al aire un malévolo detrás de cámaras no autorizado. El entrevistado, cuando se siente cómodo –y yo procuro que los míos lo estén– se relaja en la pausa, hace bromas, bosteza o se come un guargüero porque se supone que no lo estás grabando. Se supone. Y bueno, después de que aireamos sus cáusticos comentarios off the record pensé que las relaciones diplomáticas se romperían sin remedio y, a riesgo de hacerme acreedor a las consabidas catilinarias de mi gentita politically correct celebro que no haya sido así.


Dice Jorge Halperin que una entrevista es una obra de teatro al revés porque primero la pones en escena y después la escribes. Y claro que el histriónico señor García te asegura siempre gran espectáculo, color y fiesta brava. Solo que si lo dejas, el torito empeñoso que sacarán despanzurrado en una carreta serás tú. Desde que Alan entra en el set, todo se vuelve una representación. Todos se muñequean, desde el director hasta la maquillista, todos comienzan a actuar, a comportarse raro, a impostar. Alan tiene el poder de instalar en tu cancha, su microclima de poder, su propia atmósfera. Es un don endemoniado que solamente he visto en otras tres personas: Vargas Llosa, Martha Hildebrandt y Genaro Delgado Parker. Imposibles de tutear, de medir, de tratar de igual a igual. No, pues, no ha sido mi mejor entrevista. Lo compruebo viéndome, completamente fuera de físico, demasiado lento y pesado como para trenzarme en un pugilato. Veo que he optado sabiamente por una tertulia de café. La tribuna ruge y pide sangre pero hace calor y yo parezco una señora con los bochornos. No me siento in shape para retar a duelo a un rival con más mundo, más duende y/o más vuelo. Porque Alan García no es Secada ni Malzón Urbina. Alan tiene una inteligencia tremendamente peligrosa porque escribe en su cabeza mientras habla. Y lo que me provoca es escuchar. Como las señoronas de Lima, justamente. En fin. No hay mejor batalla que la que se evita. Bah. El próximo mes me nivelo.