El éxodo venezolano, que ha generado una crisis migratoria en Sudamérica, se da precisamente en un contexto de extrema debilidad política de la izquierda regional. De hecho, se origina en el fracaso rotundo del modelo chavista, que ha combinado una desastrosa administración económica con un asfixiante autoritarismo. Pero, además del viraje de los regímenes políticos en Venezuela y en Nicaragua hacia un autoritarismo manifiesto, los referentes del socialismo del siglo XXI transitan su nivel más bajo de desprestigio. Lula da Silva en Brasil y Rafael Correa en Ecuador atraviesan serios problemas con la justicia de sus respectivos países. Quizá solo Evo Morales en Bolivia –apelando a una inconstitucional nueva reelección presidencial– sea el último recaudo de aquella generación del giro izquierdista de inicios de siglo.
Paulatinamente, la derecha ha ido recuperando terreno en el subcontinente, especialmente en aquellos países que tienen una influencia internacional sobre la crisis migratoria venezolana. En la vecina Colombia, el uribismo “de pura sangre” retornó al poder, lo que supondría incluso una radicalización de las posiciones. De hecho, en recientes declaraciones, el presidente Iván Duque ha hecho explícita la asociación entre autoritarismo chavista y crisis migratoria, sin que ello empuje al cierre de las fronteras. Todo lo contrario, manifiesta Duque, Colombia continuará con el apoyo humanitario a los inmigrantes.
En su retorno al Palacio de la Moneda en Chile –uno de los principales países receptores de la inmigración venezolana– Sebastián Piñera también ha criticado al régimen político que encarna Nicolás Maduro. Su gobierno ha asumido el protagonismo latinoamericano de presión de la comunidad internacional para promover una transición democrática en Venezuela. El enfrentamiento ideológico con el chavismo –como en el caso de Duque– le otorga incentivos adicionales para la ayuda humanitaria y la solidaridad con los afectados, sin llegar al endurecimiento de medidas contra los inmigrantes. El permiso especial que ha otorgado el Gobierno Chileno a los venezolanos expatriados sobrepasa en largo a la cifra de expulsión de ilegales (lo que funciona como una señal para su electorado interno).
A diferencia de lo que sucede en algunos países europeos, la derecha latinoamericana tiene razones ideológicas para implementar políticas de recepción de una población expulsada de un país que simboliza el modelo político rival. Las políticas de ayuda humanitaria y las de recepción interna no muestran solo solidaridad, también pueden servir de contraejemplo de lo que es capaz de generar el “castrochavismo” o lo que podría ser una hipotética “Chilezuela”. Contrariamente a lo que sucede en otros hemisferios, en el nuestro existen razones para una derecha que combata la xenofobia, el nacionalismo conservador y esas versiones rancias de populismo que alientan el rechazo al éxodo humanitario y ordenado. Sin embargo, no se descarta la irrupción de organizaciones xenofóbicas populistas –es triste la performance ‘orbanista’ del ex alcalde limeño Ricardo Belmont–, pero para la disputa ideológica, la derecha del establishment tiene todo tipo de incentivos para favorecer a nuestros peregrinos vecinos.