Keiko Fujimori, Martín Vizcarra
Keiko Fujimori, Martín Vizcarra
Pedro Tenorio

Como nos consta a todos, el Perú de hoy es un campeón en la lucha contra la anemia infantil, exhibe índices de crecimiento económico que se traducen en miles de empleos formales y –gracias al Congreso y al Poder Judicial– goza de una salud institucional que invita a confiar en un país camino al desarrollo. Solo así podría tener sentido la actitud asumida por sus dos principales líderes políticos –el presidente y – quienes en la actual coyuntura han decidido anteponer sus egos al futuro de millones de peruanos.

Sin embargo, esto no es así. Y tras la escaramuza que ambos protagonizan sobre reuniones “reservadas” de las que, con ánimo beligerante, han decidido declarar públicamente, lo único seguro es que ninguno de ellos saldrá ganando políticamente. Keiko sintió la pegada de encuestas que la ubican en su nivel más bajo de aprobación popular y al no tener nada mejor que ofrecer decidió desnudar a Vizcarra: “No es el líder inmaculado que muchos creen. Nos hemos reunido, sí, y en secreto. Saquen sus conclusiones”, parece decir entre líneas la lideresa de Fuerza Popular. El mandatario había negado públicamente cualquier encuentro con Fujimori luego de su arribo al cargo. Esta mentira lo marcará de aquí al final de su mandato. No tenía por qué aceptar la reserva que, él asegura, le fue solicitada por la propia Keiko. Al hacerlo se convirtió en rehén de un secreto que tarde o temprano podía revelarse. Lo que se dijo o no se dijo en estas reuniones –ambos dan versiones contradictorias– no es finalmente relevante, pues dependerá de la credibilidad de cada uno. Nadie gana esta partida, aquí ambos pierden.

El Gobierno no debió insistir en la celeridad de reformas tan importantes y necesarias como la política y judicial, dado que requieren de un amplio debate, tal como especialistas independientes vienen recalcando. Y el fujimorismo, que tuvo la oportunidad de recoger las propuestas de Vizcarra y mejorarlas a fin de presentarle al país una opción mejor trabajada (y que, de paso, pusiera en evidencia la improvisación con la que actuaron asesores y ministros), empieza a patear el tablero. En la dicotomía entre buenos y malos en que suele debatirse la política peruana, Keiko y los suyos se están colocando –ellos solos– en la posición más negativa a sus intereses.

El Ejecutivo pretende acelerar el camino a un referéndum y la oposición ir más lentamente. Y, para variar, nadie plantea una posición intermedia que resulte aceptable para la opinión pública que exige cambios. La responsabilidad de hallar una salida conversada y transparente le viene quedando tremendamente grande a Vizcarra y a Keiko. Que después no se quejen.