La frase se le escapó a Carlos Tubino cuando trataba de explicar por qué nadie se iba a animar a postular a este Congreso: “No atrae”, sentenció. “Imposible recuperar el dinero invertido en campaña”. Ni bien apareció el tuit, sus críticos le cayeron con más fuerza que el cono volador y le recordaron que al Congreso no se va a hacer plata, ni a recuperar inversiones.
Sin embargo, valgan verdades, no hay manera de que un congresista no encuentre incentivos económicos suficientes para postular a una curul, aunque la gracia le dure año y medio: de acuerdo con la Cartilla de Información Administrativa para despachos congresales (2011-2016), a cada padre de la patria le corresponden 14 sueldos anuales de S/15.600. Además, se les abona S/7.617 más al mes para alojamiento, alimentación, transporte, combustible, etc. Un seguro de salud privado (no Essalud ni SIS) lo protege a él y a su familia; y por si se sintieran mal hay en las instalaciones del Congreso un médico a su disposición todos los días.
Cada parlamentario dispone de un despacho con un asesor principal, uno secundario, un técnico, un auxiliar, un asistente y un coordinador. Es decir, un séquito de seis personas a sus órdenes. Si a eso les sumamos los dos policías que les cuidan las espaldas las 24 horas del día, la verdad que no entendemos cuáles eran los problemas de Leyla Chihuán.
Podríamos seguir repasando algunos beneficios que convierten a nuestro Parlamento en uno de los más caros de la región, pero no es el propósito de esta columna chancar más una institución bastante desprestigiada. Hay que reconocer que hubo iniciativas serias que propusieron contratar personal administrativo por bancadas (en lugar de tener 130 secretarias y 130 conserjes, por ejemplo), pero no recibieron el apoyo de la mayoría. Sin embargo, ahora se abre la posibilidad de solucionar el problema de fondo, que no es de plata: desde que entran al Congreso, los legisladores reciben una avalancha de beneficios y prebendas que los alejan completamente de su labor representativa. Se convierten en personas que no usan los servicios públicos, no están expuestos a la inseguridad ciudadana, no se comportan como seres comunes y corrientes a los que, se supone, representan.
El próximo Congreso tiene la gran oportunidad de recuperar la decencia perdida, pero para eso necesitamos que postulen los jóvenes, los que están más comprometidos, necesitamos que se ofrezcan los que sienten que sentarse en una curul es un honor… Y necesitamos que se atrevan a cambiar las reglas, los estilos, los comportamientos para que llegar al Parlamento deje de ser un negocio y recupere su condición de servicio. Para que los congresistas que debieran vivir como ciudadanos de a pie, dejen de comportarse como dictadorzuelos, dueños de una estúpida parcelita de beneficios y poder.