(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Ana Palacio

Las elecciones de este año en el Parlamento Europeo han estimulado meses de tensión. ¿Se sostendrá el centro? ¿El cuerpo quedará demasiado fracturado para funcionar? ¿Un contingente de populistas nacionalistas interrumpirá cada sesión?

Si bien es importante, la discusión de estas preguntas ha confundido el bosque con los árboles. Ahora que las elecciones están aquí, Europa puede dejar de obsesionarse con su posible resultado y centrarse en los desafíos reales que se avecinan.

El primer reto es la desaceleración económica que viene. Una década después de que la crisis financiera afectara la economía europea, desorganizando su política y su modelo social, el crecimiento anual promedio sigue siendo un lento 1,5%. Y hay fuertes señales de que lo peor está por venir: los niveles de deuda están aumentando rápidamente y el Banco Central Europeo ha relanzado las medidas de estímulo para evitar la recesión.

A diferencia de la crisis de hace diez años, el daño causado por la desaceleración no se concentrará en el sur de Europa; dañará a la zona euro en su conjunto, incluida Alemania. La apenas sobrevivió a la primera crisis. Una recesión que golpee su núcleo equivaldría a una amenaza grave, incluso existencial.

Uno podría pensar que diez años fueron suficientes para tomar medidas para evitar que la historia se repita. Pero iniciativas como la creación de una unión bancaria y completar el mercado único no se han realizado, porque los líderes europeos han insistido en discutir los temas al margen, en lugar de implementar reformas difíciles.

Es hora de mirar hacia arriba. El nuevo Parlamento Europeo debe hacer urgentemente lo que sea necesario para apoyar a la UE. Pero el ímpetu para tal acción debe provenir, ante todo, de los miembros más grandes e influyentes de la UE, en particular, Alemania y Francia.

El segundo desafío central que enfrenta Europa es la fractura de la democracia liberal. El creciente apoyo a los llamamientos populistas a la emoción, la nostalgia y el resentimiento ha sido especialmente notorio en una Europa que aún siente los efectos de la última crisis financiera y enfrenta crecientes dudas sobre la viabilidad de su modelo social.

Hasta ahora, los esfuerzos para resistir a los populistas han sido decepcionantes. Algunos, como el primer ministro holandés Mark Rutte, han cometido el error de imitar su mensaje y enfoque. Otros, como el presidente francés Emmanuel Macron, han presentado visiones de esperanza en gran parte vacías. Luego hubo esfuerzos mal concebidos para conectar a la UE con la gente, ejemplificados por la serie de caóticos debates televisados para la presidencia de la Comisión Europea.

Si realmente quieren contrarrestar la tendencia populista y revitalizar el apoyo a los principios democráticos liberales, los líderes de la UE deben hacer un mejor trabajo para reconectarse con los ciudadanos. Parte de esto implica construir una narrativa convincente para el proyecto europeo y, en gran medida, implica entregar resultados.

Esto es aún más importante, dado el tercer desafío clave al que se enfrenta Europa: la creciente división entre los gobiernos liberales y no liberales. En los últimos cinco años, una grieta se ha convertido en un abismo, ya que Hungría y Polonia han suprimido los medios de comunicación independientes, atacado a las ONG y socavado la independencia judicial. Esto ha llevado a los líderes de la UE a dar el paso sin precedentes de activar los procedimientos de sanciones del Artículo 7 contra Polonia y Hungría por erosionar la democracia y no cumplir con las normas fundamentales de la UE.

Pero, aunque las mayorías en el Parlamento Europeo respaldaron estas medidas, el apoyo ha sido menos que entusiasta, dejando el proceso impulsado por las instituciones de la UE sin dientes. Una vez más, la falta de un propósito común está socavando la capacidad de la UE para hacer lo que se necesita, como llevar a estos gobiernos a detenerse.

El desafío final al que se enfrenta la UE es estructural. Esto incluye, por supuesto, al ‘’, que, independientemente de la forma que tome en última instancia, reformará profundamente la UE. Pero la cuestión más fundamental es que la UE sigue creyendo que es una construcción transnacional, incluso cuando la toma de decisiones se lleva a cabo, y cada vez más, a nivel intergubernamental. Para abordar los múltiples problemas a los que se enfrenta, la UE debe reconocer que los estados miembros están dirigiendo el barco y ajustarse en consecuencia.

Ninguno de los desafíos es una sorpresa. Sin embargo, los líderes han fracasado por completo en abordarlos, y en construir una capacidad de recuperación más amplia en el sistema. En cambio, han permitido que las rivalidades de poder institucionales desvíen su enfoque de la resolución de problemas. Esta falta de concentración en cuestiones reales podría provocar la caída de la UE.

Los europeos han empezado a reconocer esto. En 11 de los 14 países recientemente encuestados por YouGov y el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, la mayoría aseguró que anticipan un posible colapso de la UE en los próximos 10 o 20 años. Para un proyecto que una vez fue esperanzador para la cooperación global, este es un cambio devastador.

Cualquiera que sea la composición del próximo Parlamento Europeo, el imperativo para Europa es el mismo. Las instituciones deben intercambiar ambición por humildad, centrando su atención no en su propio poder o estatus, sino en mejorar y fortalecer el proyecto para el que dicen existir. Si fallan, el camino por delante solo será más peligroso.

–Glosado y editado–