Hace unos días conocí el mundo al interior del Centro Penitenciario de Lurigancho. Agradezco a la facultad de Derecho de la Universidad de San Martín de Porres, a la Dra. Marisol Pérez Tello y al Dr. Juan Carlos Portugal Sánchez por haberme brindado esta oportunidad y esta experiencia única.
Había oído desde niño lo que era una cárcel. Siempre he tenido en mente que se trataba de un lugar donde uno debe evitar llegar, para gente “mala”, para personas sin las que el mundo estaría mucho mejor. Siempre lo vi como algo muy ajeno a mí, algo a lo que casi no tomaba importancia, hasta que llevé el curso de ejecución penal, donde desde la teoría pude ver el manejo que se realiza en las cárceles.
Pero aún faltaba la práctica. Hasta que llegó el día en el que mis compañeros y yo nos adentramos en una realidad distinta. Podría decir que, en lo personal, no me sentía nervioso, sino más bien entusiasmado. Tenía esa curiosidad de ver si en realidad la cárcel es uno de los peores lugares del mundo. Entré al patio, caminé junto a los internos. En todo momento ellos nos saludaban, demostrándonos que habían perdido su libertad, mas no su amabilidad, hasta que me tocó entrevistar a un interno con iniciales J.H.A.
Confieso que estaba dudando sobre si darle la mano o no, hasta que él tomó la iniciativa y me extendió la suya. Yo le respondí el saludo. Cuando le formulé la primera pregunta de la entrevista, titubeé; sin embargo, fue él quien me dio esa confianza para que la entrevista fluyera con normalidad. Me atreví a preguntarle cosas muy privadas sobre cómo era su vida antes de ingresar al centro penitenciario. Él se abrió conmigo al contarme su historia y fue en ese momento cuando dejé de verlo como un interno más. Sentí que no estaba dentro de un penal.
Dejé de anotar lo que me decía para ponerle toda mi atención a su narración. Tuvimos una conversación fluida hasta que le pregunté si sentía que la cárcel le había sido útil. Me respondió que, si no hubiera sido privado de su libertad, él hubiera seguido delinquiendo y nunca hubiera reflexionado sobre sus acciones.
Confieso que para lograr que él me brindara detalles de su vida privada, yo le comencé a hablar de la mía. Nunca olvidaré cuando él, en cierto punto de la conversación, se interesó por mi futuro profesional, me preguntó a qué aspiraba, en qué cargo me gustaría ejercer mi profesión, etc. Sinceramente, no esperaba que un interno se interesara por mi futuro como profesional, así que, casi al término de la entrevista, dejé que él fuera quien me hiciera las preguntas, quería que me viera como alguien igual y él tenía muchas dudas acerca de su futuro fuera del penal.
Anoté cada una de sus preguntas para que sean absueltas. Él me enseñó que una de mis virtudes era mi humanidad. Ahora lo sé. Gracias a él.