Alison Mauriola

Camino a la casa de mi papá subió una señora al micro para ofrecer chocotejas: “¿Puede alguien colaborarme? Están rellenas de manjarblanco. Cuestan 50 céntimos”. La bolsa estaba casi llena y era ya de noche. Me pregunté si habría conseguido el dinero para un almuerzo o para una bolsa de limones… ¡Con lo caro que están los dos! Porque, coincidentemente, yo tenía pensado preparar chocotejas ese día y había estimado ganar menos de S/60, ya que el Perú no discrimina a quién le va a complicar la vida.

El Perú no distingue entre edad o estatura, pero es verdad que la realidad es más favorecedora –y a la vez más exigente– en Lima. Ciertamente, esta tiene casi un 40 % de emigrantes, pobladores que no nacieron en una capital que ya dejó de ser limeña. La necesidad de emigrar para tener más oportunidades es periódico de hoy. El sistema deficiente se materializa en la señora que debía vender 24 chocotejas para comprar un almuerzo. ¿No sería mejor que el Perú nos vendiese una chocoteja rellena de oportunidades?

Como ya es sabido, la centralización impide el desarrollo de los ciudadanos, porque las oportunidades laborales son menores en las provincias que no son Lima; además, el desarrollo de actividades culturales también es menor. Ni sumando los teatros de Piura, Cajamarca y La Libertad se llega a la cifra que hay en Lima.

Lejos de que el problema sea el sistema democrático o capitalista, le pondré nombre a la entidad responsable de este mal: el gobierno, específicamente a nivel regional y municipal. Hace 21 años, el entonces presidente Alejandro Toledo promulgó la Ley de Bases de Descentralización de N° 27783. Este proceso tuvo como reforma más importante otorgarles las facultades de legislar, representar y gestionar el presupuesto a los gobiernos regionales y municipales. Si la descentralización y la crisis política son contemporáneas, es lógico, pues, que haya tanta ineficiencia: los gobernadores no están preparados para encaminar una ciudad entera, ni los ciudadanos lo están para elegirlos.

No quiero ser pesimista. Antes bien, los jóvenes que quieren integrar la clase política deben saber que el problema está en la calidad de los candidatos, ya que en las últimas elecciones se ha hablado del “mal menor”. En los últimos 20 años, la lista de candidatos se ha caracterizado por su incapacidad para gobernar, por su falta de preparación y, sobre todo, por su oportunismo. Lo que debemos procurar los jóvenes, me incluyo entre ellos, es defender el interés general, principalmente el de la señora que debe vender más de 2 mil chocotejas para ganar el salario mínimo.

Alison Mauriola estudiante de Derecho en la UDEP