Las instituciones de salud pública han destinado sus esfuerzos en combatir las enfermedades infecciosas durante décadas: desde el virus del VIH y la tuberculosis hasta el COVID-19. Esto, debido a su importancia coyuntural; sin embargo, las condiciones están dadas para que el futuro de la salud pública esté en las enfermedades quirúrgicas.
Este tipo de enfermedades son condiciones que necesitan de una operación como parte imprescindible de su tratamiento. En el 2010, murieron 17 millones de personas esperando una cirugía; esto representa el 33% de las muertes en todo el mundo. Asimismo, aún hay una brecha en la que trabajar, pues más de cinco mil millones de personas no tienen acceso a atención quirúrgica segura y solo el 6% de las cirugías que se realizan en todo el mundo se efectúa en países de bajos ingresos.
El 2023, en el Perú, el Minsa calculó que se necesitaron 94 mil cirugías adicionales de las 250 mil que habitualmente se realizan cada año, y que 1.060 pacientes oncológicos suspendieron sus cirugías durante la pandemia.
Si bien el problema fue identificado en el plan para atender el embalse de intervenciones quirúrgicas del 2023, aún persisten disparidades en el acceso a las cirugías; por ejemplo, la centralización de la tecnología quirúrgica en Lima, así como el déficit de especialistas; entre ellos, los cirujanos oncólogos que están ausentes en 15 de las 24 regiones del país.
Discutir sobre cirugía en paneles de salud pública debería ser algo rutinario. La Comisión de Cirugía Global de “The Lancet” ha sido muy clara: las políticas públicas deben centrarse en invertir en recursos humanos e infraestructura. Se debe elaborar una agenda quirúrgica con décadas de vigencia, pues es vital para la construcción de un sistema de salud equitativo, justo y resiliente.