Mis reflexiones actuales surgen en un período de vacaciones, pero pronto retomaré mis responsabilidades laborales y académicas, apagando nuevamente mi cerebro. A pesar de que los maestros nos instan a aprender con comprensión y no solo para obtener una nota, el temor a no aprobar puede resultar en prolongar el tiempo en la carrera sin la capacidad de subsistir de forma independiente.
La sobrecarga de información que los estudiantes deben asimilar los lleva a memorizar sin comprender, enfocándose únicamente en lo que probablemente aparezca en los exámenes. Sin embargo, un paciente no se preocupa por la calificación de un estudiante de medicina; simplemente espera recibir el tratamiento adecuado.
La preocupación exclusiva de los estudiantes por las calificaciones, impulsada por la presión externa, impacta en las decisiones fundamentales. Aquellos con mejores notas tienen el privilegio de elegir su hospital, profesor y horario. Esta elección, basada en pocos puntos que no siempre reflejan las habilidades reales, conduce a situaciones donde un estudiante termina en un hospital mucho más lejano, con profesores destacados en su campo, pero que carecen de verdadera vocación docente, incapaces de transmitir efectivamente sus conocimientos.
La raíz etimológica de la palabra ‘alumno’ proviene del latín y significa “sin luz”. Paradójicamente, en la actualidad, exponemos a los jóvenes a una luz tan intensa que, en lugar de iluminar, termina por dejarlos ciegos.
En el sistema educativo, a pesar de que los maestros promueven el aprendizaje por comprensión, la realidad es que el no aprobar implica más tiempo en la carrera. La abrumadora carga de información lleva a los estudiantes a memorizar sin comprender, centrados solo en lo que puede aparecer en los exámenes, mientras que el cuerpo humano no tiene conocimiento de estos detalles.
Esta dinámica, enfocada en las calificaciones y la competencia, a menudo descuida la verdadera comprensión y aplicación del conocimiento, afectando tanto a los estudiantes como a la calidad general de la enseñanza. La presión para destacar académicamente puede socavar el objetivo fundamental de la educación: formar profesionales capaces y comprometidos con su campo.