Alison Mauriola

Después del almuerzo, en el televisor del restaurante, se estaba transmitiendo un programa de la civilización del espectáculo que Mario Vargas Llosa criticaba. La primicia: una relación de unos desconocidos, cuyas vidas nos entretienen, había terminado. Pero, si no los conocemos, ¿cómo es posible saber que terminaron? La razón para creerlo era que se habían dejado de seguir en Instagram. Esta red tiene tanta repercusión social que incluso un solo post puede generar ganancias económicas. ¿Sabrá Vargas Llosa que ahora es un oficio tener miles de seguidores?

Antes existía –con más frecuencia– un ‘showman’ que entretenía al público en una celebración; pero, como los tiempos han cambiado, en la actualidad existe una especie de ‘fakeman’. Ambos entretienen al público y ganan dinero por ello –no siempre en el segundo caso–, pero la diferencia es que la puesta en escena del primero termina en una cantidad de horas, dependiendo del contrato, mientras que el segundo se esfuerza por no terminar esa actuación.

Es el ‘fakeman’ aquel ser humano que viste su vida de apariencias a cambio de reconocimiento material y emocional: los seguidores, la ovación social o, en algunos casos, el llamado “canje” de las marcas comerciales. Y no solo trata de prolongar su actuación en el escenario de las redes sociales, sino que también se esfuerza por exponer públicamente todo lo que incluye su propia vida o, perdón, quiero decir, su “verdadera” vida. ¿Escribir en un diario? ¡No! Eso ya quedó en el pasado. Mejor créate un ‘finsta’ y publica un post con el ‘caption’ más motivador sobre cómo superaste tu última ruptura amorosa; otra opción es publicarlo en TikTok. Obviamente, antes de hacerlo, debes revisar los últimos ‘trends’.

La civilización del espectáculo que describe Vargas Llosa abarca principalmente el ámbito periodístico, en el que el escándalo de las figuras públicas es una prioridad.

Estos y otros comportamientos son característicos del ‘fakeman’, el hombre de apariencias, superficialidad, fugacidad... En conclusión, las redes sociales no son un mal en sí mismo; al contrario, son eso: un medio para socializar. Lo que expongo es que es peligroso que la apariencia reemplace, cada vez más, a la autenticidad. Un fenómeno que no solo se da en la pantalla de los espectáculos, sino también en la vida ordinaria.

Alison Mauriola es estudiante de Derecho de la Universidad de Piura

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