“Oh mia patria sì bella e perduta” (“Oh, mi patria, tan bella y perdida”, traducida del italiano) dice una parte del coro “Va, pensiero” del tercer acto de la ópera Nabucco del compositor italiano Giuseppe Verdi. Una escena que grafica la nostalgia de los esclavos judíos ante el arrebato de su tierra y su exilio en Babilonia. Este extracto de la ópera sería luego utilizado por los simpatizantes del Risorgimento contra el dominio austríaco que imperaba en la península itálica. Espontáneamente, Verdi había iniciado una de las chispas del fuego que luego crearía a la nación italiana.
Nabucco se estrenó en 1842. Sin embargo, a más de 180 años de ser estrenada, el coro de Verdi presenta un eco en el Perú. Cosas como la corrupción, el aumento de la pobreza según el INEI, la recesión, la abismal fuga de talentos y el comportamiento del Congreso sugieren que el Perú se encamina a ser esa “patria bella y perdida” que anunciaba Verdi en su ópera.
Las artes, modificando la cita de Balzac que utiliza Mario Vargas Llosa como epígrafe en “Conversación en La Catedral”, es la historia privada de las naciones. Desde las obras literarias de José María Arguedas y la música de artistas como Chabuca Granda, hasta el cine, ese arte que ha sido violentado hace poco por el Congreso, con largometrajes condecorados en el ámbito nacional e internacional como “Wiñaypacha”. Con todo esto, resultan preocupantes las decisiones legislativas y financieras que atentan contra la cinematografía y las bellas artes, desde leyes sin fundamento hasta recortes presupuestarios.
Como dijo Charles Chaplin, “pensamos mucho, sentimos poco”. Es necesario equilibrar el pensamiento con la emoción y darle un espacio al arte en estos tiempos de crisis multifacéticas. Para esto se necesita que el Estado vuelva a prestar importancia a las artes y que busque el apoyo del sector privado en su promoción. De esta forma, podremos abrazar nuestras diferencias entre peruanos y llegar a ser un país de todas las sangres.