Hace algún tiempo le pregunté a un buen amigo del colegio, estudiante de Derecho en otra universidad, si está interesado en realizar investigación en su vida profesional. A esto, él respondió con mucha sinceridad: “En verdad no. Solo lo haría si soy muy bueno en algún área y me piden escribir [sobre ello]”. En el momento, realmente no le di mucha importancia, pero quedó en mi memoria. Y no quedó en vano en mi memoria, pues me llevó a una intuición: en la universidad peruana no se fomenta la investigación.
Una afirmación de tales dimensiones requiere algún sustento. Entonces, comencé a buscar y encontré algunas cifras que pueden dividirse en dos grupos. Veamos. Por un lado, tenemos cifras bastante negativas. Al 2020 solo el 9,4% de los docentes universitarios había publicado en una revista indexada. Asimismo, en el período 2019-2020, el 55% de la producción nacional de publicaciones en revistas indexadas vino solo de cinco instituciones universitarias, todas ellas de la capital. Es decir, a pesar de que existen planes y exigencias referentes a la investigación, estas parecen no tener el efecto pretendido.
El diagnóstico es claro: estamos en el camino, pero faltan varios kilómetros de recorrido. Basta caminar un poco por cualquier campus universitario para notar que el grueso del alumnado ve a la investigación como un medio para aprobar los cursos obligatorios de la materia o para titularse, en el caso de la tesis.
Sabiendo que faltan kilómetros por recorrer, cabe preguntarse si vale la pena el esfuerzo. Considero que sí. No en vano los países más desarrollados son los que invierten mayor porcentaje de su PBI en investigación.
Pero ¿por qué la universidad tiene que recorrer estos kilómetros? ¿Por qué no puede abandonar la carrera y cederles la posta a los centros de investigación, por ejemplo? A esto, yo respondería con otra pregunta: ¿Preferimos recorrer el camino a pie o en avión? Y es que la universidad tiene un rol central en la formación de investigadores. Hagamos, entonces, el recorrido en avión.