Muchos meses después, frente al pelotón de fusilamiento, la presidenta Dina Boluarte habría de recordar aquella mañana remota en la que Pedro Castillo intentó un autogolpe de Estado.
Enmarcada en un clima de protestas y altísimos niveles de desaprobación, Boluarte se presentó ante el Congreso de la República para dar, siendo la primera mujer en hacerlo, su primer mensaje a la nación por 28 de julio. Este, sin dudas, abarcó los principales pedidos de la población. Sin embargo, aún tenemos que permanecer alertas para constatar que sus prometedoras premisas se cumplan.
El mensaje se inició con la presidenta reafirmando la relevancia que implica ser la primera jefa del Estado en la historia del Perú. Asimismo, lanzó severas críticas al anterior gobierno y a la forma en la que gestionó el país. Boluarte aseguró que “recibió un país en grave crisis material, moral y política”, una declaración que pierde fuerza si tomamos en cuenta que ella fue vicepresidenta.
Continuó pidiendo disculpas por los fallecidos y los heridos en las protestas, destacando la importancia del diálogo. Luego, y sin escatimar para nada en el uso del tiempo, abordó temas de clamor popular como la inseguridad, la corrupción, la economía, la educación y la salud, y presentó un proyecto de delegación de facultades legislativas al Ejecutivo. Además, profundizó en las medidas contra los delincuentes extranjeros, el aumento del sueldo mínimo, la lucha contra la corrupción y la reactivación económica.
Mientras esto ocurría, un congresista jugaba Angry Birds, algunos revisaban su WhatsApp y otros que le daban la espalda a la presidenta, debido a la longitud del mensaje, optaron por retirarse. Actitudes como estas son el reflejo de una clase política que no muestra interés alguno en mediar por los intereses de los peruanos. Por otro lado, en las calles, protestantes manifestaron el 80% de desaprobación en su contra.
En general, fue un discurso que confirmó lo que muchos no querían escuchar: que se quedará hasta el 2026. Si bien varias de sus propuestas son interesantes, habría que analizar si serán suficientes para reducir sus críticos niveles de rechazo. De trabajarlas con honestidad y cumplirlas, podrían serlo.
La historia nos ha demostrado que, entre propuestas y hechos, hay una brecha enorme. El mensaje, aunque extenso y que no terminó de aterrizar, sonó bien. Ahora es momento de permanecer vigilantes, exigir que las palabras sean acciones y llamar al diálogo. Por suerte, para conciliar, a diferencia de los Buendía, sí hay una segunda oportunidad sobre la tierra.