Desde que alcanzo a recordar he sentido una profunda fascinación por las historias. Me gusta contarlas y escucharlas. Y, al hacer periodismo, la mayoría de estas historias provienen de relatos y experiencias ajenas.
Entonces, encontrar la oportunidad de utilizar mi propia voz para crear una narrativa es como hallar una gema preciosa y rara. Y ese tesoro brilla aún más fuerte cuando se encuentra en un medio de alcance nacional, en el que las voces que suelen ser escuchadas y obtienen su propio titular son aquellas con un apellido reconocido en la industria. Por eso, al ver mi artículo publicado hace varios meses en la edición impresa de El Comercio, el primer pensamiento que saltó a mi mente fue: “¡Mami, mira, mi primera columna de opinión en el periódico!”.
El exalto no viene solo de ver mi nombre en esa hoja gris. Se vuelve una experiencia gratificante sentir que en el escenario de la opinión pública también hay un espacio para mi voz, un espacio en el que yo también puedo opinar.
Pero ese “yo” del que hablo no es solo una referencia de un logro personal, sino que significa, además, la presencia de las ideas de los jóvenes en los medios de comunicación.
Si eres y has crecido como peruano, sabes que la órbita del Perú, al contrario de otros países, gira extremadamente despacio. Las discusiones se estancan y los cambios nunca llegan. Pero nuestra generación escapa de este espacio atemporal, porque hemos crecido en un mundo que cambia rápido y nos hemos acostumbrado a cambiar con él.
Por eso, espacios como este se sienten parte del cambio, porque funcionan como una alianza entre lo tradicional y lo moderno, entre el pasado y el presente. En consecuencia, Voz Universitaria brinda a los jóvenes la oportunidad de convertirse en agentes de cambio en una sociedad que a menudo prefiere mirar hacia otro lado.