Cuando lo negativo se vuelve cotidiano, la memoria no tarda en recordarle al presente que en ella ya no caben sorpresas. Era diciembre de 2018 y el año se cerraba con inestabilidad política. El diciembre anterior a ese, el entonces presidente, Pedro Pablo Kuczynski, había enfrentado un pedido de vacancia del cual se libró por un pelo –irónicamente– luego de presuntamente negociar su estadía en el poder a cambio de indultar a Alberto Fujimori, deja vu. Ahora, luego de la renuncia de PPK, Vizcarra había tomado las riendas de un país que cerraba el año con dos presidentes, más de 45 ministros y tres procesos electorales.
Enero del 2023 y el año iniciaba entre protestas, bombas, muertes y descontentos. Entre grupos que terruqueaban a los manifestantes y otros que querían seguir bajo el gobierno del golpista Pedro Castillo. Dos polos opuestos, indiferentes uno con el otro y divididos por un abismo en el que cualquier voz proyectada hacía eco en una intransigente falta de empatía.
Para diciembre del 2019, con el apoyo de la mayoría de peruanos, Martín Vizcarra había disuelto el Congreso. Si bien la decisión era apoyada por un 85% de la población, la misma desazón e incertidumbre que acompañaron al Perú años atrás seguía presente. Sin saberlo, el futuro podría ser descrito por todos y cada uno de los antónimos de la palabra positivo.
A mediados del presente año, se destapó el escándalo de ‘Los Niños’, una agrupación que presuntamente habría votado a favor de la gestión del expresidente Castillo a cambio de favores políticos. Por si fuera poco –siendo ‘poco’ un concepto que abre reflexiones filosóficas en las aspiraciones monetarias de los políticos–, este 2023 también fue testigo de los ‘mochasueldos’, una serie de congresistas denunciados por bajarle el sueldo a sus trabajadores sin más justificaciones que el ganar más plata. Definitivamente, un año redondo para el Congreso.
Y llegaría diciembre del 2020, un año en el que el COVID-19 cambió por completo nuestra forma de vivir y nos encerró en casa. Además de la inestabilidad producida por las consecuencias de la pandemia, el final de 2020 nos dejaba una pregunta casi tan incierta como el futuro de nuestras vidas: ¿ahora a quién escogemos como presidente? Por aquel entonces, lideraba las encuestas el exarquero de Alianza Lima, George Forsyth; quien luego caería a la velocidad –o, incluso más lento– con la que Julio Guzmán salió corriendo de un accidentado incendio en Miraflores que terminaría de sepultar su candidatura.
El 2023 continuaba avanzando, así como la hacían las investigaciones contra la Junta Nacional de Justicia. Antes que una regulación en cumplimiento de sus funciones, lo que hacía –y está haciendo– con esto el Congreso, es buscar derrumbar la separación de poderes. A este intento por tirarse abajo la poca democracia que nos queda, se sumó el pedido de eliminar las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), unas elecciones previas a las generales que ayudaban a hacer más democrático el proceso electoral. Ante la vista y paciencia de los peruanos, el Congreso las anuló y se murió el perro.
Diciembre de 2021, año del bicentenario. Luego del escándalo del ‘Vacunagate’ que le laceó la permanente a Martín Vizcarra, las elecciones se las había llevado un outsider con sombrero y retórica atropellada. Un año después, para diciembre del 2022, Pedro Castillo se aventuró en el atrevido intento de dar un golpe de Estado –spoiler, está preso–.
Acaba de concluir el 2023, suspendieron a la exfiscal de la Nación, Patricia Benavides, por las declaraciones de su exasesor Jaime Villanueva quien negociaba su protección en el Congreso. Los deudos de los fallecidos en las protestas aún lloran unas muertes que el rechazado popularmente Ejecutivo minimiza. Por suerte, la esperanza está en todos nosotros. La esperanza de un próximo diciembre diferente yace en retomar el debate democrático, el mismo que, ante su ausencia, tiene al Perú rengueando. Aún somos libres, seámoslo siempre.