El periodismo ejerce un poder como ningún otro. Después de todo, no a cualquier labor tratan de acallarla, de arrinconarla, de amedrentarla. Cada noticia, cada primicia, cada investigación salida a la luz ratifica no solo la vocación de servicio de los periodistas, sino también la necesidad de tener información verificada y de calidad para luchar contra la corrupción y las mentiras.
Poseemos, sin duda, un arma de doble filo: el poder de difusión es un cuchillo que puede ser usado para cortar verduras y alimentar a la sociedad para apuñalarla en el estómago. El recabar información que deseamos publicar, escoger un ángulo, un vocabulario y un medio son decisiones que pueden hacer o deshacer nuestra credibilidad. La eficacia de la labor periodística depende de eso. El periodista debe ser, ante todo, un buen ser humano, como sentenció Ryszard Kapuściński en 1999.
El panorama en el Perú es, sin duda, un caos producto de esa crisis identitaria, de lealtades, de vocación. Preguntarnos qué podemos hacer al respecto es un deber como periodistas que eligieron esta profesión. Como en todo grupo, hay un espectro de valores, de opiniones, mas no debemos olvidar que estamos aquí para informar, para explicar, para difundir.
Una vez, en una clase, el profesor nos preguntó: “¿Para qué sirve la información?”. Nadie respondió. Él, sin juzgarnos, se contestó a sí mismo: “Para tomar decisiones”. Ayudamos al público a tomar decisiones cuando un noticiero anuncia el bloqueo de una carretera o el debate de un nuevo proyecto de ley.
Es un poder como ningún otro. Una responsabilidad que asumimos con humildad y con honor. Los que estamos por terminar esta carrera somos más que conscientes de que debemos asumir esa responsabilidad. Desde la primera entrevista, la primera nota escrita, la primera salida a cubrir las calles. Ser periodista implica un servicio clave para la sociedad. Es nuestro deber garantizar que se haga con buena voluntad y transparencia.