En el principio, según el relato canónico, la humanidad sucumbió a la tentación. La serpiente susurró promesas de conocimiento prohibido y poder, y Eva, seducida por la tentación, tomó el fruto y lo compartió con Adán. Así comenzó la historia humana, marcada por la eterna lucha entre el bien y el mal, entre la pureza y la corrupción.
El Perú contemporáneo no es ajeno a esta realidad. Hemos sido testigos de escándalos políticos y económicos que han erosionado la confianza de la ciudadanía y han debilitado nuestras instituciones. La corrupción se ha enraizado en todos los niveles de la sociedad, socavando el desarrollo y perpetuando la desigualdad.
Alfonso Quiroz, en su estudio sobre la historia de la corrupción en el Perú, traza un recorrido desde los tiempos virreinales hasta nuestros días, destacando cómo ha evolucionado y adaptado sus métodos a lo largo del tiempo. La corrupción no es solo un problema estructural, sino también cultural.
La solución a la crisis política y moral que enfrenta el Perú no es sencilla, ni rápida. Requiere un compromiso colectivo para promover la transparencia, fortalecer las instituciones y fomentar una cultura cívica basada en valores éticos, y la educación juega un papel crucial en este proceso.
El Perú está en un momento decisivo. Las decisiones que tomemos hoy determinarán nuestro futuro como nación, pero también en nuestras propias acciones en lo cotidiano, desde nuestros espacios laborales, familiares, amicales. Es tiempo de actuar con determinación y esperanza hacia un país más justo y próspero para todos.