El mundo está cambiando. Las dinámicas de poder, relaciones, concepciones e incluso la misma estructura del sistema internacional están presenciando múltiples transformaciones frente a las que también es necesario que la política exterior peruana se renueve.
La política exterior peruana ha sido, por lo general, bastante constante. Sin importar el gobierno de turno, hemos demostrado un relativo pragmatismo en nuestras decisiones. No obstante, esto no ha sido suficiente para posicionarnos en el sistema internacional y los últimos años así lo han demostrado. Las críticas recientes en torno de los derechos humanos o por nuestro desempeño en foros internacionales responden a problemáticas que llevamos años arrastrando. Muchas de estas se encuentran relacionadas con nuestra inestabilidad nacional, pero también con la poca relevancia que le damos a la política exterior. No me refiero solamente a su baja exposición en medios de comunicación o al poco diálogo social que existe al respecto, sino también a la misma actitud que toman nuestras autoridades, como obviar el tema de la política exterior entre sus ejes estratégicos. Un breve recuento de los últimos discursos presidenciales muestra cómo la política exterior ha sido mínimamente mencionada e, incluso, ignorada por completo en muchos de ellos.
La poca presencia de la política exterior en el debate público no solo reduce la legitimidad o la eficiencia de nuestras acciones en el plano internacional, sino que también genera inconsistencias en nuestra representación y desperdicia muchas de nuestras potencialidades. Una de las inconsistencias más notorias ha sido el constante recambio de nuestros embajadores en el exterior, lo que ha generado poco continuismo en las iniciativas peruanas y, por lo tanto, un liderazgo endeble y reducido.
En el contexto particularmente globalizado en el que vivimos, es más que necesario repensar nuestra política exterior y darle el lugar que se merece en el debate público, pues gran parte de las políticas de estado se extienden a lo internacional y, para garantizar su efectividad, se requiere una estrategia flexible y enfocada en el largo plazo. Buena parte de esta estrategia debe basarse en el multilateralismo y en el reconocimiento de aliados estratégicos más allá de las grandes potencias por las que siempre hemos mostrado sumo interés, como Rusia en la década de los 70 o EE.UU. y China más recientemente. Ello nos permitirá entendernos en la región Asia-Pacífico, a la que pertenecemos, que cada vez se presenta como una mayor oportunidad de crecimiento e interconexión en áreas de desarrollo, tecnología y economía.
Asimismo, resulta imprescindible seguir fortaleciendo nuestras potencialidades como la diplomacia cultural, que, si bien ha estado siendo trabajada en los últimos años, aún queda mucho por hacer al respecto. Un ejemplo claro de ello es la marca Perú, con considerables logros en torno de la mejora de nuestra imagen a nivel internacional, pero cuyo impacto ha estado limitado a ciertos países, regiones y áreas temáticas. La diplomacia cultural es una herramienta que puede servir como un lazo conductor para un sinfín de áreas temáticas y, a su vez, puede impulsar nuestro liderazgo en foros de cooperación.
Consolidar nuestra política exterior no solo implica solucionar nuestros errores del pasado, sino también cuestionar en el presente cada paso que estemos dando. Uno de ellos es la posibilidad de retirarnos del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, planteada bajo la premisa de que dicho sistema nos resta autonomía. Esta premisa no solo es completamente falsa, sino que, de concretarse, daríamos un gran paso hacia atrás en la senda del multilateralismo, al devaluar nuestra imagen y aislarnos de gran parte de la comunidad internacional que tiene como principio el cumplimiento y el respeto de los derechos humanos.
El intento de manifestar que “el Perú está de vuelta” en política exterior debe ser más que una declaración o meras apariciones simbólicas en foros. Debe ser una política estructurada y contextualizada. Solo así será posible enmarcar una política exterior orientada al largo plazo que aproveche tanto nuestras propias potencialidades como las oportunidades que se nos están presentando al asumir la presidencia pro témpore de la Alianza del Pacífico y la secretaría general de la Comunidad Andina de Naciones. Este contexto de continuas transformaciones exige que nuestra política exterior se renueve, que siga siendo pragmática, pero, a su vez, que asuma un mayor liderazgo.