A sus 62 años, la señora Teresita estaba buscando el trabajo de su vida. “¿Sabes qué quiero hacer, Alison? Buscar otro empleo, algo divertido, un lugar al que llegue y no sienta que voy a trabajar, sino que voy a pasar un buen rato”. Hay un dicho popular y cliché que viene al caso: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ningún día”.
Pero yo digo que no se trata de que el hombre elija lo que le guste, sino aquello para lo que ha nacido. Me explico: impreso está un propósito en lo más profundo de cada ser humano, en otras palabras, una vocación que le da sentido a la vida, un porqué nací. Y, en ese sentido, es deber de cada uno descubrir qué, cómo, cuándo y dónde.
¿Por qué no se trata de elegir lo que a uno le guste? Lo he explicado en otra columna: porque es pasajero y cambiante; por ejemplo, los gustos de una persona no siempre son los mismos en su niñez y adultez. Además, hay otros gustos superficiales que no deberían prevalecer por encima de la vocación: el dinero y el placer.
En fin, Teresita, a sus 62 años y sin saberlo, estaba cuestionando cuál había sido su elección: ¿vida pobre o pobre vida? Eso sí, dinero le sobraba en un país como Estados Unidos, donde no falta nada. Y a mí, ganas de regresar al Perú no me faltaban. Volver a un país que sí le falta mucho ―incluso el agua, a veces―. Pero eso sí: yo elegiría una vida pobre antes que una pobre vida.