La situación del actual presidente y candidato demócrata a la reelección en Estados Unidos, Joe Biden, es auténticamente penosa. Después de su participación en el debate con su contrincante republicano, el expresidente Donald Trump, las cosas han ido de mal en peor para él. Como se recuerda, en esa ocasión el mandatario norteamericano lució débil, desorientado y balbuceante, y en sus posteriores entrevistas y presentaciones públicas, no ha hecho sino confundir nombres y situaciones, confirmando lo que sus detractores sostienen desde hace tiempo: que a la edad que tiene no está en condiciones de conducir por cuatro años más a la nación más poderosa del planeta y que, en consecuencia, su postulación es un desatino sin remedio. De hecho, los rumores de que los esfuerzos de los propios líderes del Partido Demócrata por persuadirlo de renunciar a su aspiración están por rendir sus frutos han cobrado singular fuerza este fin de semana. Pero lo cierto es que hasta ahora todos esos empeños han chocado con una negativa tozuda de parte del personaje en cuestión: síntoma inequívoco de que quienes dicen que sus 81 años le están pesando demasiado tienen razón.
Este arrebato de los octogenarios por irrumpir en la arena electoral o volver a ella a pesar de la mengua física e intelectual que los calendarios les han impuesto se presenta por estos días también en otros lugares del mundo. Y, por supuesto, nuestro país no es una excepción. En medio de la reciente fiebre de inscripciones y anuncios de voluntades de tentar el poder en el 2026, los peruanos hemos visto, efectivamente, a más de un provecto ciudadano hacer fintas tempranas en torno al partidor de la próxima carrera presidencial. El caso más llamativo, sin duda, es el de Alberto Fujimori que, aun suponiendo que superase los obstáculos legales que le impedirían candidatear, tendría muchos otros por sortear.
–¡No más ‘chopita’! –
Nos referimos, como es obvio, a los que se derivan de sus 85 años y de los múltiples males que padece, y que le harían muy difícil enfrentar los rigores de una campaña. Hay que anotar, no obstante, que, en lo concerniente a sus facultades cognitivas, el exmandatario no ha dado signos de estar disminuido, lo que es más que lo que se puede decir de algunos de sus contemporáneos con afanes iguales a los suyos.
El otro veterano de la vida que ha comunicado sus pretensiones de ceñirse próximamente la banda embrujada es Hernando de Soto. A sus 83 años, él ha declarado hace poco que en los comicios del 2026 intentará por segunda vez llegar a la presidencia de la república, pues en las elecciones del 2021 solo cosechó el 11,6% de los votos válidos y llegó cuarto. Todo parece indicar, sin embargo, que esta vez se ha preparado mejor. Para empezar, ha optado por inscribirse en una organización política cuyo nombre consta de una sola palabra (“Progresemos”) y no, como en la ocasión anterior, de dos (“Avanza País”), con lo cual la posibilidad de que la denominación se le olvide no bien inicie la campaña disminuye sensiblemente. Y, por otra parte, parece ciertamente una mejor idea tener de asesor al doctor Luis Solari que a Chibolín. Pero habrá que ver, en fin, qué suerte le depara esta nueva aventura cuando comience a hablarle a la gente en esa peculiar corrupción del latín en la que él se expresa.
Lo interesante, en cualquier caso, será observar mientras tanto este motín internacional de los abuelos, que, arrojando lejos mantitas, bastones y cartones de bingo, han decidido irrumpir con todo en el terreno de la política y no temen gritar a los cuatro vientos: “¡No más ‘chopita’!”.