Apología de Blofeld, por Mario Ghibellini
Apología de Blofeld, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

En medio de una segunda vuelta en la que menudean las injurias antes que las propuestas, queremos tomarnos una licencia –ahora que todo el mundo se las toma- y dejar por una semana el registro del turbio detritus de la política, para tentar un ejercicio más edificante. A punto de cumplirse un aniversario más del nacimiento de Ian Fleming -el genial escritor que creó al agente 007 y, con él, todo un género en la novela y el cine contemporáneos-, quisiéramos ensayar una apología del personaje con el que el autor quizás más se identificó (un dato que se infiere del hecho de que le diera su misma fecha de nacimiento: 28 de mayo de 1908).

Nos referimos, por supuesto, a Ernst Stavro Blofeld, el súper villano que lidera la organización criminal Spectre y cuyas conspiraciones siempre desbarata a último momento James Bond. ¿Y por qué aventurar una defensa de tan vilipendiado personaje? Pues porque el propio Fleming sembró en sus libros las pistas de que a lo mejor el hombre no era tan malo como lo pintaban. Y también porque es bueno marcar distancias con las prácticas difamatorias tan en boga últimamente.

Su primer millón

Cuenta Fleming que Blofeld era originario de Gdynia (Polonia) y que de joven se destacó en sus estudios universitarios en Varsovia. Empleado luego por la oficina de Correos y Telégrafos de su país, ocupó un puesto que le permitió hacer negocios ventajosos en la Bolsa de Valores. Nada realmente ilegal, como se ve.

Antes de la invasión nazi, se trasladó a Suecia y después a Turquía, donde habría formado una pequeña empresa de inteligencia que vendía información a los dos bandos en conflicto en la Segunda Guerra Mundial. Un auténtico autogestionario.

Entre esos años remotos y la época en que funda Spectre, su rastro se vuelve confuso, pero es definitivo que vivió un tiempo en Sudamérica. No es difícil imaginarlo, entonces, en el Perú -¿por qué no?- como un auroral cobrador de combi o un vendedor de autos de segunda mano. Y así, de un esmerado oficio en otro, amasando su primer millón.

Vendría luego, claro, esa etapa un poco menos sentadora para su imagen en la que Bond lo persigue por robar bombas atómicas y atentar con armas biológicas contra la agricultura de Gran Bretaña. Pero hay que considerar también que en esos años el 007 se aplicaba con denuedo los vodka-martinis y que todo puede haber sido simplemente producto de un delirio alcohólico.

Blofeld, pues, era quizás solo un buen hombre con mala prensa. Ya saben: ese sicariato periodístico tan común en los que quieren atraer a cualquier precio la atención sobre las historias que cuentan en pantalla. De hecho, en el cine suelen pintarlo calvo y hasta eso es pura calumnia. Fleming nunca dijo que lo fuera, pero como las víctimas de la alopecia lucen siempre siniestras, venga la rapada vejatoria.

Con tanto amor por los gatos (siempre aparece acariciando a uno cuando imparte órdenes a sus subordinados), más bien, a lo mejor, quién sabe, hasta era un terrorista arrepentido y mutado en ecologista con el que habría valido la pena dialogar. Un personaje, en suma, al que habría que redimir haciéndolo salir de la galería de los villanos de novela por la puerta grande.


Esta columna fue publicada el 21 de mayo en la revista Somos.