Mario Ghibellini

La idea de que los obispos tienen una opinión más relevante que la de cualquier otro ciudadano sobre los azares políticos de la patria es harto discutible, pero a ver quién los convence. Actúan ellos, sobre todo cuando llegan a cardenales, aparentemente persuadidos de que la voz que modulan es un eco de la voz de Dios y en consecuencia peroran sobre los asuntos republicanos como si al sacar el DNI nos hubiéramos matriculado todos en su rebaño. Para comprobarlo, basta echar una mirada a nuestra historia reciente. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, a monseñor Cipriani proponiendo durante el fujimorato que la prensa fuera sometida a un “control de calidad” antes de llegar al público, o llamando “respondonas” a las ministras que defendían la distribución de la píldora del día siguiente durante el gobierno de Kuczynski? Y la verdad es que si nos fijamos en lo que ocurre ahora que es el encargado de repartir bendiciones y lo contrario desde el más alto de los púlpitos locales, encontraremos que la vocación cardenalicia por introducir el báculo en los cocidos del poder mundano se mantiene.


–La mitra en la frente–

Esta semana, efectivamente, el primado de la iglesia peruana se ha mandado con todo contra el y le ha dicho, entre otras cosas, que “el gran favor que podría hacer ante la realidad que vivimos” y que desde su llegada a Palacio no ha sido otra cosa que “ y para el bienestar de todos los peruanos”. Lo ha invitado, en buena cuenta, a renunciar a la jefatura del Estado por los “signos de corrupción” que lo rodean en el ámbito familiar y ministerial. Una forma de estamparle literalmente la mitra en la frente.

Difícil, desde luego, discrepar del cardenal, pero no por eso deja de llamar la atención lo directo del ataque. Por una cuestión de orden, uno habría esperado una formulación más, digamos, jesuítica del anatema. Algo parecido al comunicado del 18 de agosto en el que la Conferencia Episcopal demandó “una transición política” frente a la profunda crisis que se vive en el país… sin aclarar hacia dónde había que transitar en el proceso que proponían.

Esta vez, además, monseñor Barreto ha precisado que lo que está diciendo es “a título personal”, con lo que subraya la dimensión de bronca de tú a tú que esta sacada al fresco tiene. Por supuesto que se ha tomado el trabajo de anotar que, a su juicio, también este Congreso tendría que irse a su casa, pero ese es un sopapo dedicado a 130 fulanos y, en esa medida, acaba diluyéndose en el anonimato.

Las preguntas que el arrebato pugilístico del arzobispo de Huancayo levanta son dos. Por un lado, ¿a qué obedece la carga personal que destila? Y por el otro, ¿por qué lanzar la bomba incendiaria justo en este momento?

Pues bien, en esta pequeña columna tenemos algunas ideas al respecto. En lo que concierne a lo primero, pensamos que esto es el vuelto del cardenal por el papelón que el mandatario le hizo pasar en Semana Santa, cuando le contó el cuento de que iba a poner en marcha en el gobierno, y él salió a anunciar la buena nueva como un regalo de pascuas. Como se recuerda, el único cambio perceptible en el entorno presidencial fue que el premier de la luna llena se animó a llamarlo .

Y en cuanto a la oportunidad de la acometida, sospechamos que poco tiene que ver con Halloween o el Día de la Canción Criolla. A nuestro parecer, se trata más bien de una forma de salpicarle la pechera al presidente en los días previos a la llegada de la misión de la OEA al país para ver –qué coincidencia– qué hay de cierto en aquello de que quienes lo denuncian por corrupto son unos golpistas de nuevo cuño. Si a las voces acusadoras del Congreso, la prensa independiente y el Ministerio Público se suma de pronto la del primado de la iglesia, la cantaleta de la conjura de la derecha contra el pobre maestro rural se termina de desmondongar: el cardenal es conocido por escorar hacia la izquierda.


–Fajín de fuerza–

Monseñor Barreto, pues, ha demostrado esta semana que, diga lo que diga la doctrina cristiana, para estos asuntos terrenales él solo tiene una mejilla. Y que si le dan un tortazo como el que le propinó el gobernante en Semana Santa, esperará el tiempo que haga falta para cobrarse la revancha con creces.

Desde los predios del oficialismo han acusado el golpe y tanto el majareta que usa fajín de fuerza como Vladimir Cerrón y el congresista han salido a tratar de provocarlo con invectivas y descalificaciones. Pero él no se distrae: lentamente sigue colocándose los guantes y el protector bucal, convencido de que se dispone a iniciar una reyerta boxística que tiene algo de encargo divino. Y por esta vez, no se lo vamos a discutir.

Mario Ghibellini es periodista