El último boy scout, por Mario Ghibellini
El último boy scout, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Hace solo unos días, todos contemplamos la escena con incredulidad. Milton von Hesse, el ex ministro de Vivienda que había conseguido dejar el gabinete sin ver mayormente mellado su prestigio, llegaba entre vítores portátiles al local del nacionalismo para inscribirse en el partido y, en el mismo acto, ser prácticamente ungido por la primera dama como el candidato oficialista a la presidencia. Se lo notaba asustado, claro está; pero detrás del aturdimiento que inevitablemente asalta a quien pone un pie en la dimensión desconocida, se adivinaba también una candorosa alegría.

Todos los tickets

La escena, por cierto, sugiere varias reflexiones. La primera es que, para designar a sus candidatos, el nacionalismo no celebra elecciones, sino recepciones. La segunda, que el poder o la ilusión de obtenerlo es un inapelable disolvente del buen juicio. Y la tercera, que lo que vamos a ver a partir de ahora es a un esforzado economista hablando de agendas y pañales. Porque creer que el afable ex ministro va a poder aprovechar su exposición pública para disertar acerca de las improbables tesis humalistas sobre el buen gobierno es incursionar en el delirio.

No es tampoco que unas eventuales divagaciones sobre, digamos, la lógica secreta del ‘incluir para crecer’ (en lugar de hacer lo inverso) o las semejanzas entre conducir una combi y administrar el estado se vayan a extrañar. Pero lo cierto es que Von Hesse se ha comprado todos los tickets para la rifa del puesto de abogado-piñata de los actuales ocupantes de Palacio y, como es lógico, de esa ingrata misión solo podrá salir apaleado.

Nada más haber entrado a la cancha, por ejemplo, ya está paladeando el purgante de las preguntas sobre la destitución de la procuradora Julia Príncipe, y solo atina a decir que él salió del gobierno antes de que esa decisión se adoptara. El problema, no obstante, es que si ha asumido –tal como manifestó al anunciar su candidatura– el activo y el pasivo de la presente gestión, ese matiz resulta irrelevante: le toca encajar los sopapos de cualquier forma. Y lo mismo ocurrirá a propósito de las sombras que arrojan sobre esta administración los casos López Meneses o Belaunde Lossio, y hasta los asuntos que se originaron antes de la llegada del nacionalismo al poder (como los dineros peregrinos que acabaron en las cuentas de la señora Heredia y todo lo que la renovada investigación por lavado de activos pueda sacar a la luz). Esto, además, para no hablar de los cuestionamientos que deberá enfrentar por los fracasos de este gobierno en materia de crecimiento económico y combate contra la inseguridad.

El pronóstico sobre su performance electoral, por lo tanto, no es reservado; es inexorable: malas excusas por la mañana (“nos faltó comunicar mejor los logros”) y pésimas coartadas al mediodía (“ella ha mostrado los recibos que presentó por esas labores profesionales”)… empeorando al atardecer.

Von Hänsel

Dicho todo esto, usted seguramente se preguntará cómo así han logrado arrastrar al razonable señor Von Hesse a un trance de desprestigio como este. Y la única explicación que se nos ocurre es que el hombre ha caído en la vieja trampa de la casita de caramelo. Un poco por el gusto ya adquirido de las mieles del poder y otro poco por un cierto sentido del deber y la buena acción, detectable en el talante bucólico con el que acude a las entrevistas. Porque, dejémonos de cosas, lo que los humalistas han encontrado para que dé la cara por ellos en esta campaña es, fundamentalmente, un activista jovial y un explorador pundonoroso. Un último boy scout, en suma, permanentemente dispuesto, pero no por ello siempre listo.      

(Publicado en la revista Somos el sábado 31 de octubre del 2015)