Mario Ghibellini

El habla popular peruana abunda en voces para expresar la idea de “bien servido”. ‘Taypá’ y ‘tacuchi’ son las más obvias, pero hay otras que, en principio, parecen ser solo sinónimos de ‘comida’ y sin embargo sugieren también la noción de ración generosa. A nadie se le ocurre, por ejemplo, usar los términos ‘bitute’ o ‘jamancia’ para referirse a una pitanza modesta. Basta imaginar los gestos con los que cualquier compatriota acompañaría la pronunciación de tales palabras para confirmarlo. Debemos asumir, pues, que hay algo profundamente peruano en el afán de comer en paila y sin recatos. Esto es, sin remilgos motivados por el daño que pudiera ocasionar la ingesta excesiva de tal o cual ingrediente. Es a este último detalle, precisamente, a lo que alude un giro que de un tiempo a esta parte se escucha en esos locales de comida al paso en los que aterriza tanto prójimo hambriento después de una noche festiva. “Un salchipapas bien grasiento”, demanda el recién llegado con un golpe sobre el mostrador. Y luego, con voz pastosa, añade: “¡Con todas las cremas!”.

–Rumor de ollas–

Cabe anotar que, en este contexto, ‘cremas’ es un eufemismo. Porque nada hay más alejado de la suavidad sanadora que uno habitualmente asocia a ese derivado de la leche que los condimentos incendiarios que el cliente en cuestión está exigiendo. Su reclamo, en efecto, no solo comprende los clásicos kétchup, mostaza y mayonesa, sino también el chimichurri, el huacatay, el rocoto rencoroso y mil otros menjunjes cuya elaboración no en vano es mantenida en secreto. En ese momento de fin de fiesta, el hombre está dispuesto, en realidad, a permitirse cualquier exceso, con cargo a la resaca que de todas maneras padecerá al día siguiente.

Pues bien, en opinión de esta pequeña columna, algo parecido es lo que está sucediendo por estos días en el . Todos sabemos que, en nuestra historia reciente, los políticos han sido bastante inclinados a los consumos inmoderados. Entre los presidentes de las últimas décadas, por ejemplo, es fácil distinguir a algunos que se hinchaban de comida y a otros que lo hacían de alcohol. Y en el Legislativo, por cierto, la cosa no ha sido muy distinta. Por citar un caso, el ‘buffet’ que los actuales miembros de la representación nacional estaban ganosos de colocarse cotidianamente entre el pecho y la espalda a principios de este año no era exactamente dietético, y solo el escándalo que la noticia desató en la opinión pública los obligó a cambiar de planes cuando ya el rumor de ollas los estaba haciendo salivar.

Pero no es a ese apetito desbordado al que queremos referirnos ahora. La avidez que nos interesa destacar en esta oportunidad es más bien aquella que está vinculada a la distribución de porciones de poder –y de los privilegios asociados a ellas– dentro del Parlamento. Una avidez que no repara en lo clamorosamente inadecuadas que pueden ser las personas que se eligen para ocupar determinados cargos, si con ello se consigue el equilibrio de cuotas que deja satisfechas a todas las partes comprendidas en el ‘toma y daca’ de ocasión. Así, al tupé que caracterizó la colocación de en la presidencia del Congreso, lo ha seguido una desfachatez proporcional a la hora de seleccionar a los titulares de varias de las comisiones que funcionan en el recinto legislativo: el partidario de la estimulación temprana José Balcázar (Perú Bicentenario) en la de Educación o el pugilista Pasión Dávila (Bloque Magisterial) en la de Trabajo. A eso, además, habría que añadir los intentos peregrinos de ubicar a la internacional Digna Calle (Podemos Perú) como vicepresidente de la comisión de la Mujer y a su compañera de bancada Heidy Juárez, epígono local del recordado “joven manos de tijera”, en la Comisión de Ética. Algún chispazo de lucidez frustró en la hora final la consumación de la barbaridad que cualquiera de esos nombramientos habría supuesto, pero en general lo que ha primado en el Palacio de la Plaza Bolívar ha sido la indolencia.

No es que los congresistas ignoren que aquello que deciden hoy les traerá consecuencias ingratas mañana. Pero, como el consumidor insomne de salchipapas que sabe que a la mañana siguiente será inevitablemente víctima de una cruda feroz, ellos han resuelto despacharse el poder a su disposición con todas las cremas. Total, parecen pensar, el único tiempo que existe es el presente y si este en algún momento se extingue, lo gozado no se los quitará nadie.


–La gran comilona–

Improbables lectores de Horacio, la posibilidad de que estemos ante modernos cultores del ‘Carpe Diem’ está, por supuesto, descartada. Pero a lo mejor alguno de los actuales congresistas alcanzó a ver años atrás cierta famosa película de Marco Ferreri y ahora ha convencido a sus colegas de embarcarse en este atracón suicida. Quién sabe. Lo que es seguro, en todo caso, es que somos lo que comemos, y que ellos, en su mayoría, han masticado descaro y tragado vergüenza.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista