Cubierto con su manto, por Mario Ghibellini
Cubierto con su manto, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

En esta pequeña columna, tenemos una buena corazonada con respecto al futuro gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. Porque si la Virgen lo ha ayudado de manera tan consistente a lo largo de su desastrada campaña, ¿cómo podría desampararlo una vez que asuma el poder?

Entendámonos bien: estas elecciones no las ha ganado Kuczynski; las ha perdido Keiko (que a este paso se perfila ya como la Lourdes Flores de las segundas vueltas). La lideresa de Fuerza Popular, efectivamente, no consiguió cumplir con la transformación del fujimorismo en la que se había empeñado y a los continuos brotes de los usos y costumbres de antaño en sus huestes, solo supo reaccionar ocultando al nostálgico de ocasión en algún sótano partidario… hasta que el hacinamiento en ese oscuro ambiente hizo que se levantara el piso bajo sus pies y se le arruinó el decorado.

Tantas veces Pedro Pablo

Es claro, sin embargo, que en aquello de espantar electores, PPK también tuvo lo suyo y que solo circunstancias prodigiosas permitieron, una y otra vez, que la torpeza que se presagiaba definitiva acabara diluyéndose en el éter, desbrozándole el camino para seguir en carrera hasta la insólita victoria final.

La primera aparición de la Virgen, por ejemplo, se produjo cuando, en el corazón del verano y ya con la campaña en ebullición, su demora en renunciar a la nacionalidad norteamericana, el enrolamiento de aventureros en su proyecto y el colorido trato que le dispensó a un periodista en Puno (“¡Usted es un ignorante!”, le espetó vigoroso) le comenzaron a pasar la factura, y Julio Guzmán lo dejó largamente atrás en las encuestas. ¿Quién no pensó entonces que don Pedro Pablo ahí nomás quedaba?

Pero de pronto una luz celestial nos cegó a todos y cuando recobramos la vista, Guzmán ya no estaba, y él era otra vez segundo en las preferencias ciudadanas.

Como para celebrar el milagro, no obstante, Kuczynski decidió reflexionar en voz alta sobre lo que Verónika Mendoza –su más peligrosa competidora en ese momento- había hecho o dejado de hacer “en su perra vida” y complicó de nuevo su situación ad portas de la primera vuelta. Pero otra vez un rayo divino infundió, sabiamente y en una porción suficiente de votantes, un temor hacia las propuestas del Frente Amplio mayor que el rechazo generado por aquel exabrupto, y PPK flotó hacia la segunda vuelta.

A partir de ese instante, la Virgen ya no pudo irse. El aturdido candidato viajó por ocho días a Estados Unidos en la coyuntura menos indicada, sus adláteres se arrancharon públicamente el título de vocero del partido sin que él supiera cortar el problema de raíz, se presentó en un primer debate en el que fue vapuleado por su oponente y, para compensar su falta de reflejos, no tuvo mejor idea que soltarle un par de días después aquello de “hijo de ratero es ratero también”… Y en cada caso, el manto de Nuestra Señora del Parche estuvo ahí para protegerlo y llevarlo arropado hasta la victoria.

Dejémonos de cosas, entonces. Si sacamos la cuenta, en realidad PPK ha visto a la Virgen más veces que el pastorcito de Fátima Francisco Marto. Y eso solo puede querer decir una cosa: que con su gobierno, nos vamos para arriba. 


Esta columna fue publicada el 11 de junio del 2016 en la revista Somos.