(Ilustración: Mónica González)
(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

La gastronomía y su parafernalia vienen merodeando Palacio desde hace tiempo. Ya sea por los devaneos presidenciales con los que algunos quisieron calentarle la cabeza a Gastón Acurio, la estricta dieta ‘pac-man’ que García siguió en su segundo gobierno o la olla que Humala escogió como símbolo en las elecciones que pareció ganar su señora, el ejercicio del poder en nuestro país ha estado envuelto durante la última década en un fragor de cuchara y paila difícil de ignorar. Pero nunca la aproximación de cocina había ganado el corazón de la toma de decisiones de estado como lo ha hecho ahora.

Huesito en la garganta

El presidente Kuczynski, concretamente, ha hecho gala de ella, hace unos días, al aclararnos que la pachamanca es de origen árabe y el cebiche de origen japonés. Y felizmente algún pensamiento peregrino lo distrajo antes de que decidiera instruirnos sobre las raíces bávaras de la carapulcra, porque ahí sí la presión sobre el pobre Salvador del Solar para que renunciase al Ministerio de Cultura se habría vuelto incontenible.

El problema con la observación sobre la pachamanca y el cebiche, por supuesto, es que toca el alma nacional con la misma delicadeza que aquella otra ocurrencia suya de bautizar con el nombre de ‘Perú’ a uno de sus perros. Y, contra lo que podría pensarse, el elemento cocinero que detectamos en ella no tiene que ver con la circunstancia de que esté referida a tal o cual platillo, sino con el grado de improvisación y actitud casera que revela.

Se trata, en realidad, de la enésima confirmación de algo que sabemos desde la campaña: que don Pedro Pablito sirve sin guisar lo que se le cruza por la cabeza. Y si por casualidad alguna vez intenta cocinarlo un poco, es evidente que lo hace a la ‘cusí- cusá’. Es decir, sin receta: un lujo que solo pueden permitirse quienes han sido bendecidos con el don de la sazón por instinto (que en este caso correspondería al de la elocuencia atinada).

Para colmo de males, además, el pinche de cocina que se ha conseguido parece haber estudiado en el mismo Cenecape que él, porque eso de declarar que la bancada oficialista está dividida entre los congresistas con los que se puede “coordinar al 100%” y aquellos que “han encontrado el rol” de criticar al gobierno como si fueran de oposición –tomándose incluso el trabajo de identificar a algunos de ellos – es una necedad sin atenuantes.

Pero aun cuando el premier carece de la percepción que haría falta para poder enrostrarle al mandatario sus astracanadas, es obvio que existen en el gabinete otros ministros con el criterio suficiente como para hacerlo. ¿Qué pasa con ellos? ¿Se les atraca un huesito en la garganta? ¿Sueñan todos con viajar pronto a Canadá como Vizcarra? ¿O dicen lo que piensan, pero el afiebrado chef no admite consejos?

Si este último fuera el caso, deberían empezar a considerar las limitaciones de vivir el presente; sobre todo si fantasean con la posibilidad de una existencia política posterior a este gobierno.  Porque al paso que van las cosas, la próxima formulación iluminada con la que tendrán que apechugar dirá que Machu Picchu la construyeron los extraterrestres o algo por el estilo.