Mario Ghibellini

El Congreso aprobó esta semana la ley que prohíbe el . Esto es, aquel en el que al menos uno de los contrayentes tiene menos de 18 años. La decisión parece un raro acierto del Legislativo, pero no vamos a escatimarles aquí reconocimientos a los 113 parlamentarios que votaron a favor de la medida. Si el matrimonio es siempre un paso que entraña riesgo en esta vida, darlo cuando uno no ha aprendido todavía a atarse bien los zapatos es una absoluta temeridad. Y los adultos que lo alientan o consienten, los cómplices de un crimen aún no tipificado. Por eso ni el congresista José Balcázar, cerril , se animó a votar el jueves en contra de la iniciativa que buscaba proscribirlas. Como los valientes, optó por abstenerse.

Positiva como es, sin embargo, la ley aprobada no acaba con el problema de las uniones entre gente que no sabe lo que hace. Una realidad insoslayable cuyas derivaciones políticas padecemos a diario en el país desde hace casi un año.

(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

–¡Oh, cielos, Leoncio!–

El 20 de diciembre del año pasado, a menos de dos semanas de haber asumido la jefatura del Estado por las razones que todos conocemos, la señora nombró como presidente del Consejo de Ministros a su antiguo abogado, , y con ello dio inicio a una de las sociedades más sólidas en las alturas del poder de las que hayamos tenido noticia los peruanos. Desde ese día, olas de rumores sobre un inminente relevo del jefe del Gabinete han circulado incesantemente en las redacciones periodísticas y los corrillos de los presuntos entendidos en la materia, pero a la larga todas demostraron ser cháchara vana. Durante casi once meses, don Alberto ha permanecido impasible al frente de la PCM y nada sugiere que la mandataria tenga intenciones de prescindir pronto de sus servicios. Mientras ella viaja, él queda a cargo de la administración de las finanzas, los movimientos tácticos de los ejércitos y el resto de las responsabilidades arduas que la alta tarea de gobernar impone.

Pero una cosa es asir el timón del premierato con firmeza y otra, hacerlo con acierto. Por supuesto que, después de la rapiña ignorante que sufrimos bajo Castillo, cualquier otro gobierno tiende a parecernos una reedición del que el rey Salomón le dispensó alguna vez al pueblo de Israel. Pero la verdad es que, como hemos expresado ya antes en esta pequeña columna, solo hemos pasado de ‘Guatepeor’ a Guatemala. La economía está al borde del colapso, la recuperación de la seguridad ciudadana no pasa de ser un postulado fantástico y la reacción oficial más consistente ante la próxima llegada del fenómeno de El Niño es rogar al cielo que no nos pegue esta vez con tanta severidad.

Confrontado con esos datos, no obstante, el presidente del Consejo de Ministros se debate entre cultivar el optimismo sin base y el lamento por las circunstancias adversas que habrían conspirado contra el éxito de su gestión. En una recientemente a El Comercio, en efecto, él ha sostenido que las bondades de su manejo de la cosa pública se sentirán en abril del próximo año (con un portafolio de inversión de US$2.380 millones) y que, desde que se declaró la emergencia en varios distritos de Lima y Piura, “la delincuencia ha disminuido en un 18%”. Una cifra obtenida con procedimientos esotéricos.

Por otro lado, cuando se le recuerda que muchos economistas sentencian que estamos en medio de una recesión o algo muy parecido, modula el yaraví ese que dice: “tenemos que entender que las protestas sociales le han costado al país más que el , [que] hemos tenido el ciclón Yaku, el dengue, las siete plagas”… ¡Oh, cielos, Leoncio, qué mala suerte!

Nadie niega que todos esos males hayan caído sobre nosotros desde que él y la señora Boluarte llegaron a Palacio, pero no vienen a la memoria tampoco gobiernos anteriores que se hayan desarrollado en medio de la era de Acuario. La aparición de problemas no detectables de antemano durante una gestión presidencial es, paradójicamente, previsible y si no se tiene la presencia de ánimo para asumirlos como parte del menú que se ha ordenado, sería mejor no ofrecerse para administrar el poder.


–Tardío veto–

Pero ese tren partió hace rato. Lamentablemente, lo único que tienen claro la mandataria y su primer ministro acerca de la tarea de gobernar es que quieren hacerlo y, en el camino, lucen dispuestos a ejecutar –o dejar de ejecutar, según sea el caso– los actos que hagan falta para ello. Ella, desde luego, tiene una vaga conciencia de que no cuenta ni con los atributos ni con la experiencia que el reto demanda. Pero don Alberto le ha hecho creer, al parecer, que todo eso puede aportarlo él. Y así los dos se han embarcado en esta aventura que tiene algo de matrimonio infantil, por la irresponsabilidad esencial de los contrayentes y las consecuencias negativas que se desprenden de la inconducente unión entre ellos. La prohibición de esta semana, pensándolo bien, llegó demasiado tarde.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista