Mario Ghibellini

Los políticos peruanos ven con envidia las cifras del presidente salvadoreño . No tanto las de la reducción de la criminalidad en su país como las de la aprobación que cosecha entre sus compatriotas (con frecuencia cercana al 90%). Pero, como saben que lo segundo es consecuencia de lo primero, tratan de vendernos el espejismo de que en cualquier momento trasladarán a nuestro territorio las primicias de su estrategia para combatir la delincuencia. Si las elecciones se hubieran adelantado para este año, sin duda habríamos tenido un corso de Bukeles de toda denominación ideológica desfilando hacia el JNE para inscribir sus candidaturas. Sin embargo, ante la evidencia de que no seremos llamados a las urnas hasta el 2026, quienes sostienen hoy un retazo de poder entre los dedos se afanan ofreciéndonos inminentes adaptaciones criollas de la receta del mandatario centroamericano. Uno de ellos es claramente el presidente del Consejo de Ministros, , que esta semana cargado de cuentas de vidrio.

(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

–El punche y la nada–

Admiradores del han surgido recientemente en los municipios, en el Congreso y hasta en el Poder Judicial. Y es obvio que la señora Boluarte, que anda tratando de pellizcar cualquier cosita que le levante la popularidad, saliva también cuando ve lo que ocurre en . El problema en su caso, no obstante, es que el referido plan descansa largamente sobre una combinación de mano dura con ausencia de remilgos constitucionales, y una presidente como ella, que se sostiene a fuerza de recordarnos que está ahí porque eso es lo que la Carta Magna dicta, no puede permitirse caminar por las cornisas de la legalidad.

Fue en ese contexto que el premier Otárola, arduo ‘sensei’ político de la jefe del Estado, descendió este martes de las montañas con una fórmula de solución al dilema, que quería ser ingeniosa. “Aquí no va a haber un ‘plan Bukele’; aquí va a haber un ‘plan Boluarte’”, proclamó este martes en el Parlamento. Y se cuidó de advertir que aquello que traía grabado en tablillas de piedra había sido preparado “con la Constitución en la mano” y no trataba “de compararse con ningún otro plan”.

El solo hecho de que hayan bautizado con el apellido de la presidente esta providencial herramienta para luchar contra el crimen, sin embargo, delata una voluntad de asociarla a los procedimientos impuestos por Bukele en su tierra natal. Y el tinte personalista que el nombre le imprime al proyecto exige, además, que imaginemos a la propia gobernante deambulando insomne por los pasillos de Palacio mientras perfecciona en su mente agudos instrumentos para acorralar a la horda de sicarios y extorsionadores que hoy devasta el país: una figura un tanto reñida con lo verosímil.

Si prestamos atención a las medidas concretas que el plan contempla, por otra parte, nos topamos con la ingrata revelación de que estas se pierden en lo marginal. Aspiran a poner orden en los servicios de taxi y ‘delivery’ por aplicativos o a crear una sola central para recibir llamadas de emergencia, pero no ofrecen esperanza alguna frente al riesgo mortal que supone para cualquier ciudadano caminar por la calle llevando en la mano un celular o, tal y como están las cosas, un kilo de limones.

Tenemos la impresión, en ese sentido, de que, si existe, el “plan Boluarte” no debe guardar relación con la seguridad, sino con un diseño más vasto, que afecta a la gestión de los actuales representantes del Ejecutivo en general. Es decir, que tiene que ver con lo que esta administración ha hecho a partir del 7 de diciembre del año pasado en materia de empleo, destrabe de proyectos mineros, reforma política, salud, educación y cualquier otro rubro que usted quiera añadir a la lista… Y lo que este gobierno ha hecho en todos esos campos, como se sabe, es nada. Con mucho punche, eso sí, pero evitando chocar con cualquier grupo de interés que pudiera, no digamos hacer peligrar, sino siquiera cuestionar su sostenibilidad en el poder. Durar a como dé lugar, esa es la consigna que anima a la presidente y a su entorno. Y, por lo tanto, sospechamos, la definición del ‘plan Boluarte’ no puede ser otra que “no muevas un dedo y procura quedarte”.


–Pasarse de Bermejos–

Semejante mantra hace pensar desde luego en algunas disciplinas orientales en las que la inmovilidad del cuerpo resulta fundamental para acceder a ciertos estados beatíficos. Pero quien creyese que es con ese propósito que lo recitan en el Ejecutivo pecaría de ingenuo. En el Palacio de la Plaza de Armas, y también en el de la Plaza Bolívar (cuyos ocupantes suelen aprovechar cualquier coyuntura para pasarse de Bermejos), nunca se están quietos, sino agazapados. Y si en los extramuros de esas edificaciones la vida se ha vuelto un discurrir entre cogoteos y despojos, pues a aguantar la respiración y aparentar que se está haciendo algo al respecto. Ya vendrá alguien más dentro de tres años a hacerse cargo del problema, o a extender esta agonía con nuevos planes de utilería.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista