Mario Ghibellini

En los días previos a su comparecencia ante el , el mensaje de la señora por 28 de julio no despertó grandes expectativas. La mayor curiosidad de quienes permanecen atentos a su gestión giraba en torno a la eficacia retórica de su previsible sermón. Porque hablar es barato, pero quien se lanza a hacerlo puede acometer la tarea con mayor o menor talento. En ese sentido, hay que reconocer que, furcios aparte, la presidente cumplió un papel decoroso. Administró, para empezar, sus periodos oratorios con solvencia. Se notaba que, a diferencia de otros personajes que han estado recientemente en esa misma tesitura, entendía lo que estaba diciendo y sabía hacer las pausas necesarias para que la claque de ocasión batiera las palmas convenidas después de cada anuncio promisor. Recurrió, además, al viejo truco de soltarse un rollo interminable para adormecer a quienes la escuchaban. Nadie, por ejemplo, puede afirmar tajantemente que determinada materia no fue abordada por ella, porque todos cabeceamos en algún momento de la perorata. Y la verdad es que, para cuando la señora Boluarte terminó de hablar, ese solo hecho daba la impresión de ser un logro de su .

–Todo tiempo pasado fue peor–

Entonación y tiempos, sin embargo, son detalles marginales en una performance retórica. Lo que realmente requiere arte en una circunstancia así es el manejo de los tópicos. Es decir, de los lugares comunes que la tradición ha consagrado como instrumentos para tratar determinados asuntos o salir de aprietos cuando uno se enfrenta a un auditorio que espera explicaciones. Y este último era el caso en la jornada de ayer.

La gente, en efecto, quería saber por qué, tras siete meses de gestión, la mandataria no tenía nada sustantivo que exhibir y sí, más bien, algunos dislates por los que pedir clemencia. Después de sus morosos ‘balances’ al respecto, el mensaje por Fiestas Patrias parecía la oportunidad propicia para ponerse al día en esa materia. Pero, claro, no fue eso exactamente lo que ocurrió. En lugar de ello, la gobernante echó mano de dos artificios discursivos que siempre embelesan a los intonsos: la comparación con las calamidades que existían antes de su llegada al poder y la enumeración de los infortunios que el hado cruel puso en su camino para impedirle brindarnos el buen gobierno que merecíamos.

A juicio de esta pequeña columna, fue con esa estrategia en mente que la jefe del Estado inició su alocución con una larga evocación de la entraña corrupta y las amenazas a la democracia que caracterizaron la administración del golpista de Chota. En contraste con ese rosario de miserias, lógicamente, el que menos se siente tentado a pensar que todo tiempo pasado fue peor. Y, de hecho, ese tiempo pasado en particular lo fue… Pero la presidente omitió recordar el rol que, en tanto vicepresidente de Castillo, ella misma jugó en la puesta en escena de ese gran despliegue de incompetencia y fechoría. Como cuando, ante las denuncias periodísticas sobre el pillaje y la sintonía con Sendero en el Ejecutivo, clamó: “¡Basta, basta a los señores de la prensa, seamos proactivos, seamos propatria peruana!”. Y luego añadió: “La prensa sigue dando vueltas con las mismas preguntas, que no hacen bien a la sociedad”. O como cuando denunció en Davos (Suiza) que, a pesar de que tenían apenas “nueve mesecitos” en Palacio (y por lo tanto, al parecer, un cierto derecho a meter la pata), la oposición no los dejaba “gobernar en paz”.

No fue menos elocuente la señora , por otro lado, a la hora de describir las plagas que habían azotado al país desde que ella se había ceñido la banda presidencial. Como si no nos hubiésemos enterado, nos contó que las lluvias torrenciales en el norte, los gases tóxicos en el sur y el dengue en todo el territorio nacional habían supuesto serios problemas para la patria. Y –aquí venía la coartada arropada de victimización– habían consumido los esfuerzos que, de otra manera, habrían estado dedicados seguramente a procurarnos bienestar y prosperidad. El ciclón Yaku, el volcán Ubinas y el zancudo propagador del mal ya mencionado habían conspirado, pues, para dificultarle a la mandataria el buen gobierno y precipitarla en el error. De hecho, parece que estaba distraída espantando a uno de esos bichos cuando nombró a la cuestionada Rosa Gutiérrez como presidente ejecutiva de Essalud.


–Dina hablantina–

Lo demás fue la habitual recitación de gestos con los que se quiere beneficiar a tal sector productivo o aliviar los padecimientos de tal región. Pero asignar fondos o repartir alimentos no es indicación de estar encabezando un gobierno competente. Tampoco lo es anteponerle la expresión “con punche” a los programas con los que supuestamente se van a superar todos los males que nos agobian en materia de inversión o de selección de funcionarios adecuados para la administración pública. Sí lo sería, en cambio, preocuparse por abaratar los costos de transacción (y no los de producción) de nuestra economía. Pero eso daría la impresión de ser un concepto demasiado elaborado para los actuales responsables del Ejecutivo. Y, sobre todo, poco susceptible de ser aprovechado en una cháchara inconducente como la de ayer.




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Mario Ghibellini es periodista