Mario Ghibellini

Una semana ha transcurrido desde que le alborotaron la cabellera a la señora Boluarte y ella no consigue todavía recomponerse del todo. En esta pequeña columna no creemos en la leyenda urbana que afirma que la doña que la jaloneó de las greñas le gritó al mismo tiempo: “¿Pero qué tienes dentro de esa cabeza?”. Pero pensamos que, como todos los mitos, este encierra una verdad profunda. En la mente de nuestra actual gobernante parece reinar, en efecto, un gran desconcierto acerca de cómo acometer la tarea que le toca y, en esa medida, no resulta tan inverosímil que la temeraria agresora hubiese decidido montar una escena al respecto. Queremos ser claros: aquello fue por donde se lo mire y tiene que ser castigado con los rigores que la ley establece. Esa circunstancia, sin embargo, no nos impide observar que el caos capilar desatado por la mujer en cuestión puede ser ahora entendido como una manifestación externa de lo que ocurre dentro de la sesera presidencial, y vamos a ilustrar la idea con algunos ejemplos.

(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

–Infierno en la torre–

Existe cierto consenso en la opinión pública acerca de que los problemas más severos que aquejan hoy al país tienen que ver con la seguridad y la economía. Lo que se demanda de las autoridades del Ejecutivo es que ofrezcan soluciones consistentes y creíbles a asuntos como la desconfianza de los potenciales inversionistas y el desborde de la criminalidad en el territorio nacional. Pero lo que se obtiene en retorno son caramelos.

La jefe del Estado, efectivamente, parece creer que gobernar es lanzar golosinas. De hecho, eso era lo que estaba haciendo en Ayacucho cuando la frenética ciudadana que hizo noticia aquí y en el extranjero le cayó encima. Pero, en realidad, la tendencia a conducirse como si lo que tuviera a su cargo fuera la animación de un cumpleaños infantil le viene a la mandataria de antes. Estuvo presente en la inútil declaración del estado de emergencia en los distritos de Lima y Piura cuyos alcaldes clamaban por la medida como supuesto remedio contra la delincuencia que tenía acorralados a sus vecinos, y también en los programas “Con Punche” y otros con los que se benefició selectivamente a quienes se dedicaban a tal o cual actividad económica. Nada tan dulce como las compras preferenciales, los incentivos tributarios y las garantías que funcionan como créditos subsidiados para un sector igual de agobiado que otros, pero con mejores valedores de sus intereses dentro del Gobierno.

Caramelos son también la eventual elevación de la , presentada días atrás por el ministro de Trabajo, Daniel Maurate, como un “compromiso presidencial”, el anuncio de la postulación de Lima a ser sede de los o el embozado que planean para Petro-Perú. En todos esos contextos, lo que prima es la ausencia de nociones claras y distintas en la cabeza de quien sostiene las riendas de esta gestión gubernamental. ¿No era acaso la elevación del sueldo mínimo algo que debía determinar el Consejo Nacional del Trabajo sí y solo sí había una recuperación económica importante? ¿Cómo así puede prometer entonces la presidente algo que ese Consejo ni siquiera ha discutido y que las cifras esperadas de crecimiento para este año no sustentarían? ¿Qué sentido tendría, por otra parte, distraer los recursos públicos que tan urgentemente se requieren en educación, salud o seguridad en los juegos deportivos ya mencionados? Nada promocionaría tanto la “marca país” como una mejora sustantiva en esos rubros, pero eso no da titulares ni sirve para alimentar la retórica patriotera que habitualmente se despliega en trances como estos.

Lo de Petro-Perú, por último, es el peor de los galimatías. Se proclama que no se dilapidará el dinero de los contribuyentes sacando a esa empresa estatal del millonario embrollo en el que se encuentra y que se le impondrá una administración competente, pero no se cambia ni al ministro de Energía y Minas (principal promotor del rescate hasta ahora negado) y se habla de “reprogramar” sus deudas con el MEF, como antesala de lo que todos sabemos que finalmente sucederá.

Hasta la reacción política de la señora Boluarte al ataque del que fue objeto la semana pasada pone en evidencia que, en tanto jefe del Estado, ella presenta un cuadro agudo de “infierno en la torre”. Por un lado, remueve al y al dando a entender que lo ocurrido fue algo grave, serio y sancionable; y, por el otro, manda a su ministro de Justicia, Eduardo Arana, a decir que pedirá al Ministerio Público que contra su agresora porque considera que el episodio debe quedar solo como “un incidente”. O sea, al diablo con Aristóteles y el principio de no contradicción.


–San Peluquín–

Nunca quedó claro si el “San Peluquín” del que hablaba Palito Ortega en su éxito “Despeinada” alguna vez existió. En una de esas, fue solo un nombre que el compositor argentino se sacó de la manga para resolver una rima que se le había complicado. Pero, quién sabe, a lo mejor el bienaventurado personaje vive escondido en un rincón del santoral cristiano. Nada perdería, en consecuencia, la presidente Boluarte encomendándose a él en esta hora de pandemonio conceptual, porque, a fuerza de escobillazos, es difícil que el orden logre imponerse en su cabeza.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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