Mario Ghibellini

Los antiguos griegos, que todo lo anticiparon, dejaron grabada en sus mitos una advertencia sobre el destino que aguarda a los trepones, pero también sobre la sordera que estos desarrollan con respecto a las advertencias. Cuentan los textos de antaño que el rey Minos de Creta encerró a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto que existía en esa isla, en castigo por cierto vejamen que el ingenio del primero de ellos le había acarreado. El laberinto, como se sabe, era habitado por el Minotauro, un monstruo que no se caracterizaba por ser amable con las visitas. Haciendo honor a su reputación de recursero, sin embargo, Dédalo ideó un artifició para huir junto con su hijo de aquella trampa mortal: con cera y plumas que encontró en el lugar fabricó unas alas que les permitieran elevarse por los aires y alejarse así del laberinto y la isla. Antes de emprender el vuelo, no obstante, le aconsejó a Ícaro que no se acercase demasiado al sol, pues el calor podía derretir sus alas y precipitarlo al mar. El joven, desde luego, ignoró la recomendación y acabó ahogándose en el , y su historia quedó para siempre como una advertencia sobre lo que les puede ocurrir a los que se desbordan en su afán por cumplir sus ambiciones. En la medida en que hablan sobre los tiempos míticos del ya mentado rey cretense, se supone, además, que las versiones de la leyenda que han llegado hasta nosotros son, como dice , “ecos” de otras mucho más antiguas, que podrían remontarse hasta el año 1400 a.c.; es decir, hasta los últimos siglos de la Edad del Bronce. No por previsible, empero, esta fábula deja de encontrar incautos dispuestos a representarla frente a nosotros una y otra vez. Y se diría que en el ámbito de la local acabamos de verificar una de sus últimas puestas en escena.

Ícaro y Quero, por Mario Ghibellini (ilustración: Victor Aguilar Rúa)
Ícaro y Quero, por Mario Ghibellini (ilustración: Victor Aguilar Rúa)

–Fecunda facundia–

Desde que asumió el cargo, se le atribuían al titular de, , deseos de volar más alto en el Gabinete. En los mentideros políticos se aseguraba que ya tenía casi convencida a la señora de estrenar para Fiestas Patrias un pleno de estrellas fulgurantes y encabezado, faltaba más, por él mismo. Cierto o no, el rumor hallaba en cualquier caso alimento en las contorsiones retóricas de ese funcionario por descubrirle virtudes a la baja aprobación de la presidente en las encuestas y hasta para deslizar una sugerencia de que se reconsidere la pertinencia de la norma constitucional que le impide postular a la reelección. Y todo parecía ser alas y buen viento en ese universo paralelo que existe en las altas esferas del ... hasta que el ministro Quero pronunció su famosa sentencia sobre lo que el debía hacer a propósito de las violaciones a las jóvenes en edad escolar. “Si es una práctica cultural, lamentablemente, que sucede en los pueblos amazónicos para ejercer una forma de construcción familiar con las jovencitas, entonces nosotros vamos a ser muy prudentes”, dijo. Y todos vimos derretirse en ese instante la próstesis voladora que tan trabajosamente se había estado labrando.

Él, por supuesto, no quiso enterarse de inmediato. Se demoró casi una semana en ofrecer disculpas públicas a la comunidad awajún y aún hoy descarta la posibilidad de tener que aflojarse en el futuro cercano el modesto fajín que ciñe. Pero una sonrisa enigmática que a ratos asoma en el rostro generalmente adusto del premier insinúa que su suerte está echada y que pronto estará ejercitando su fecunda facundia bajo el agua. Tremendos visionarios los antiguos griegos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es Periodista

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