Mario Ghibellini

Tenemos que empezar esta entrega de nuestra pequeña columna con un glosario. El paso del tiempo, nos tememos, ha hecho que ciertas acepciones de palabras que forman parte de nuestro vocabulario común caigan en desuso y eso conspira contra la comprensión cabal de la reflexión que quisiéramos hacer en esta ocasión.

Algunas décadas atrás, se conocía como “transición” al año que los niños que ingresaban al sistema educativo peruano cursaban antes de entrar a la primaria. Se trataba de una etapa de paso entre el parvulario y la educación escolar propiamente dicha, y se suponía que debía asegurar que los infantes en cuestión aprendiesen a leer, escribir, sumar y restar. Una meta razonable si se considera que los matriculados no excedían los siete años.

“Mantequilla”, por otro lado, solía ser una expresión coloquial para identificar a los pequeños que participaban en un juego de muchachos más grandes sin estar realmente sometidos a los rigores del mismo: el típico primito menor al que se le permitía correr a ocultarse cuando se jugaba a las escondidas, pero no sufría las consecuencias si era ‘ampayado’. Con los conceptos claros, entonces, podemos entrar en materia.


–Ya me voy, ya me estoy yendo–

Contra lo que pretende la realidad paralela que postulan los deudos políticos de , la señora ejerce la presidencia por mandato constitucional. Ella candidateó como vicepresidente en la fórmula que ganó las elecciones del 2021 y, tras la destitución del golpista de Chota por la vía de la vacancia, le correspondía sucederlo en el cargo. La situación política la ha forzado a declarar que está dispuesta a dejar el poder antes del 28 de julio del 2026, pero eso es un asunto distinto.

Ella tiene responsabilidades asumidas desde que decidió pedirle el voto a la ciudadanía, dando por sentado que tenía las capacidades para tomar las riendas del Ejecutivo si hacía falta, y ahora no puede desentenderse de ellas. Lo cierto, además, es que la posibilidad de que el adelanto antes mencionado se materialice depende del Congreso y que, en cualquier caso, es improbable que le toque a la gobernante abandonar Palacio antes de un año y medio. En esa medida, sus afanes por hacernos creer que su estadía allí es solo una pascanita carecen de sustancia. Y lo mismo cabe decir del talante indulgente con el que, según parece, quisiera ser juzgada.

Daría la impresión, en efecto, de que, entonando quedito aquello de “ya me voy, ya me estoy yendo”, la señora Boluarte está buscando que la consideremos una presidente ‘mantequilla’. De ahí su insistencia en llamar al suyo un “gobierno de transición” (con las resonancias colegiales que la expresión comporta) cuando en sentido estricto no lo es. Su situación no es comparable a las de Valentín Paniagua o Francisco Sagasti, que, en acatamiento de lo señalado por la Constitución, debieron hacerse cargo de la jefatura del Estado en tanto presidentes del Legislativo cuando todos los integrantes de la plancha presidencial que había ganado las últimas elecciones fueron despachados por el Congreso o renunciaron. Se parece más bien –para escalofrío de la platea– a la de Martín Vizcarra, que se ciñó la banda embrujada por haber sido elegido vicepresidente del renunciante PPK.

Con el penoso ‘Lagarto’, dicho sea de paso, aprendimos que en un periodo de gobierno recortado se pueden hacer cosas. En su caso, fueron todas deplorables (como el saldo de su gestión de la pandemia en materia de víctimas mortales y pérdidas económicas nos recuerda), pero alguien con buena voluntad y cuatro ideas sensatas podría también sacar adelante una administración que, no por breve, fuese infructuosa. La actual mandataria, sin embargo, no da señas de estar en esa frecuencia. Su discurso, como anotábamos antes, permanentemente apunta a que no nos la tomemos muy en serio o seamos comprensivos con sus patinadas.

En honor a la verdad, esto ya se dejaba ver en su famosa intervención en el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza) del año pasado. En esa oportunidad, ella gimoteó: “Apenas hemos empezado a gobernar hace nueve mesecitos, todavía estamos prontos a caminar, estamos ahí como los bebes, todavía sosteniéndonos en el gobierno a pesar de que hasta ahora la derecha del país […] no quiere reconocer el triunfo legítimo del presidente Castillo”. Pero si aquello era deleznable como excusa entonces, ahora resulta simplemente inaceptable.


–Subgerencia de personal–

Hasta el momento, la señora Boluarte ha ensayado una morosa remoción de los funcionarios con antecedentes que dejó en el Estado su predecesor y poco más. Corresponde exigirle por eso que, en lugar de enredarse en trabalenguas sobre la procedencia de la constituyente que le reclaman sus excompañeros de correrías, se dedique a remover también el tinglado de normas intervencionistas con el que Castillo se propuso paralizar el crecimiento del país. Otro tanto, por cierto, conviene hacer con el jefe del Gabinete, Alberto Otárola. Él y su equipo de ministros no irán al pleno este martes a pedirle a la representación nacional la confianza para completar el traspaso de una subgerencia de personal. Irán para tratar de convencerla de que piensan sostener las riendas del Ejecutivo por el próximo año y medio como la gente grande. Y para eso la cantaleta de que son un gobierno de transición no ayuda.

Mario Ghibellini es periodista